No he desayunado bien este fin de
semana. ¡Maldita costumbre, la de escuchar la radio mientras lo hago!
-“Es una fea manía que tengo que corregir” -me reprocho,
cada vez que se me indigesta lo que como-. “Mezclar la alimentación con los
acontecimientos diarios, no debe ser nada bueno”, concluyo.
A estas alturas del partido, opino que ya debería estar vacunado
contra este tipo de tortura, pero, a la vista de los resultados, compruebo con
desagrado que aún no lo tengo superado. Y es que hay que ser de acero
inoxidable para que algunas de las noticias que se publican no afecten al
fuerte material del que nos creemos hecho.
Me entero que el Parlamento
Europeo –esa difusa estructura que nadie sabe para qué sirve-, ha aprobado un
aumento de sueldo para los funcionarios de la Unión Europea, aumento que sólo
le va ha costar a las arcas de cada país que la compone, la friolera cantidad de 1.200
millones de euros.
¿Entienden ahora mi indigestión mañanera? A ese acuerdo
llegan nuestros amantísimos padres de Europa, mientras articulan e imponen
drásticos recortes a una serie de
países de la Unión (España, Portugal, Irlanda y Grecia), y miles de empleados
públicos de estas naciones son arrojados a la calle.
Pero la cosa no queda ahí, ya que la noticia añade que
el sueldo medio de estos funcionarios europeos ronda los 70.000 euros
anuales (el que menos percibe cobra 4.500, y el que posee unos años de
antigüedad, 6.000), más el importe de la escolarización de su hijo que
viene a costar entre los 12.000 y los 30.000 euros, dependiendo del colegio que
elija, todo ello, libre de impuestos (o sea, que como casta privilegiada
que son, están exentos de pagar a la Hacienda Pública). Una desvergüenza, teniendo presente la situación por la que atraviesa la mayoría de las familias europeas, y en concreto, las de los estados periféricos.
¿Comprenden por que no hay –¡ni jamás habrá!- dinero para
la Educación, la Sanidad, Infraestructuras, Dependencia, etc.? Si nos ponemos a
sumar lo que nos cuesta mantener todo
este tinglado europeo, más el estatal, autonómico, local, etc., llegaremos a la
conclusión de que al único lugar al que todos estos dispendios nos abocan no es otro que a
este pozo de cieno en el que nos han tirado, y la duda que atosiga mi cabeza es
la de saber cuánto más ha de hundirse la sociedad para que ésta reviente y
diga: ¡Hasta aquí hemos llegado!
Mientras ocurre, tener la precaución de no estar al tanto
de las noticias -que es una táctica que le da magníficos resultados al pueblo-,
ya saben, por las indigestiones alimentarias y por los dolores de cabeza.
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