Ibn Zaydum. 1003/1071. Llegó a convertirse en el poeta neoclásico más importante de Al-Andalus. Su amor por la princesa-poeta omeya, Wallada, constituyó uno de los capítulos más conocidos de la historia anecdótica de la España musulmana.
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En el Zahra´ te recordé con ansias
ante la
apetecible campiña y límpida faz de la tierra.
La brisa crepuscular languidecía
como si de mí
se compadeciera.
La sonrisa plateada del agua sobre el jardín,
collares que
besaran la firmeza de los senos parecía.
Era un día como nuestros días sensuales de antaño
cuando
robábamos placeres a la noche mientras dormía el Destino.
Mi vista se deleitaba con una flor
de tallo
arqueado por el peso del rocío,
como si sus ojos, al ver mi duerme vela,
llorasen por
mí, derramando lágrimas relucientes.
Una rosa resplandecía en su soleada rosaleda,
y por ella el
sol de mediodía brillaba.
Un nenúfar fragante y soñoliento, despertado
por el alba,
perfumó el aire.
Todo esto me llena de pasión por ti,
de ansias
siempre en mi pecho atormentado.
Si ese día me hubiera reunido contigo,
habría sido el
más generoso de los días.
Dios no sosiegue al corazón visitado por tu recuerdo,
corazón que
vuela con alas batientes de ardor.
Si el céfiro quisiera, te llevaría
un mozo agotado
por sus tristes hallazgos,
no mis prendas más preciosas y brillantes, amada de mi
alma,
(si es que
amantes pueden tener prendas).
Durante tiempo la recolecta de nuestro amor puro
fue un jardín
de intimidad donde corríamos sueltos y libres.
Ahora ensalzo lo que éramos, y aunque
te consolaste
con el olvido, sigo siendo tu fiel amante.
(“Ajimez”, de Miguel
José Hagerty)
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