Descubriendo a la "Maga" de Rayuela
La mujer, melena negra y ojos verdes y duros, no representa los 70 años largos que tiene. Apoyados los codos sobre la mesa, que le sirve de escritorio, se toma la cara entre las manos, al tiempo que mira la enorme cantidad de fotografías, de cartas y de libros dispersos sobre la carpeta, bajo sus ojos. El cuarto es grande y silencioso (quizá demasiado), la luz entra por el ventanal e ilumina su perfil, todavía perfecto. De pronto, se da la vuelta, nos mira y con un ademán nos invita a ver las fotografías. En sus reacciones, en su mirada ansiosa, en las manos intranquilas, en el gesto maquinal y frecuente con que se aparta el pelo de los ojos, sigue siendo la misma persona tímida, insegura e insolente, que le inspiró a Cortázar el carácter de la Maga de Rayuela.
Las fotografías son de todas las épocas. En la más antigua se la ve de unos 9 años, sentada sobre el capó del coche de su padre. Muestra la sonrisa que el tiempo respetará; la misma de hoy, la misma que iluminó su rostro cuando Cortázar la fotografiaba.
La Maga es políglota; habla y escribe en francés, inglés, alemán (su lengua natal) y en el español que aprendió en la Argentina -"Maga nació en el Sarre, de padres judeoalemanes, que pronto se divorciaron: la madre la trajo entonces a Buenos Aires. Eso ocurrió antes de la Segunda Guerra Mundial. Acá, cursó la secundaria -A los 23 años se fue a París a perfeccionar su francés -Viajó en el mismo barco en que lo hacia Cortázar, Conte Biancamano; partieron el 6 de enero de 1950. "Me llamó la atención ese joven alto y delgado (el joven estaba por cumplir 36 años), que tocaba el piano en el salón de tercera clase, donde viajábamos"-, recuerda la Maga. Sin embargo, y pese a haberse observado mutuamente, no se presentaron. Los unió el azar; una tarde, mientras ella estaba en una librería del boulevard Saint Germain, lo vio en la calle, del otro lado de la vidriera, y él la saludó con una inclinación de cabeza. La segunda vez, se encontraron en un cine, donde pasaban la Juana de Arco, muda, de la Falconetti. La tercera vez, tropezaron el uno con el otro en el Jardín de Luxemburgo, hacía mucho frío y entraron en un café donde charlaron horas. La Maga cuenta que Cortázar le daba mucha importancia a estos encuentros dispuestos por el destino. Se hicieron amigos, él le regaló un poema suyo que hablaba del tiempo pasado en el barco, se titulaba "Los días entre paréntesis". Descubrieron amigos comunes en París y que, además, se divertían mucho juntos.
Pero Cortázar después de cuatro semanas volvió a Buenos Aires y en agosto de 1951 le escribió a la Maga una carta. Me la tiende después de haberla rescatado del caos de papeles amontonados en la mesa. Leo: "Querida Edith (porque Edith todavía no era la Maga, o lo era y no lo sabía): No sé si se acuerda todavía del largo, flaco, feo y aburrido compañero que usted aceptó para pasear muchas veces por París, para ir a escuchar Bach a la Sala del Conservatorio ( ... ), para ver un eclipse de luna en el parvis de Notre Dame, para botar al Sena un barquito de papel, para prestarle un pulóver verde (que todavía guarda su perfume, aunque los sentidos no lo perciban).
Yo soy otra vez ése, el hombre que le dijo, al despedirse de usted delante del Flore, que volvería a París en dos años. Voy a volver antes, estaré allí en noviembre. ( ... ) Pienso en el gusto de volverla a encontrar, y al mismo tiempo tengo un poco de miedo de que usted esté ya muy cambiada, ( ... ) de que no le divierta la posibilidad de verme. ( ... ) Por eso le pido desde ahora y se lo pido por escrito porque me es más fácil ( ... ) que si usted está ya en un orden satisfactorio de cosas, si no necesita este pedazo de pasado que soy yo, me lo diga sin rodeos. ( ... ) Sería mucho peor disimular un aburrimiento. ( ... ) Me gustaría que siga siendo brusca, complicada, irónica, entusiasta, y que un día yo pueda prestarle otro pulóver". La carta es larga y la primera de una serie que duró tanto como la vida de Cortázar.
Mientras tanto la Maga necesitaba vivir: encontró un empleo en las tiendas Printemps sólo por su capacidad de hablar cuatro lenguas. Recuerda con horror cuando alguna clienta robaba algo y la pescaban; el jefe le decía: "Hágala confesar, hágala llorar" y la que terminaba llorando era ella. Cortázar volvió a París con una beca. Al acabarse, la Maga le consiguió un empleo de empaquetador en la misma tienda y, según el testimonio de Aurora Bernárdez, hacía unos paquetes perfectos.
"El año 1952 quedará como un año muy especial para Julio y para mi", reflexiona la Maga. En el Jardín des Plantes descubrieron juntos los axolotes; en el parque de Secaux, Cortázar le leyó "Final del juego" y al verla tan conmovida le prometió que, al publicarlo, se lo dedicaría (luego no cumplió su promesa); una noche helada, oyeron a Edith Piaf, y el 23 de mayo asistieron al triunfo de Le sacre du Printemps.
La Maga muestra más fotos, más cartas. En una sin fecha, Cortázar le da instrucciones precisas para la traducción del cuento "La noche boca arriba". En otra, escrita en París el 17 de diciembre de 1964, le habla a la Maga (que vive otra vez en Buenos Aires, con su mando), de lo que ha hecho: "Volví ayer de Londres, donde pasé diez días, y me di cuenta de que el año se acaba dentro de muy poco, y que me gustaría que recibieras estas líneas. ( ... ) Como no contestaste a mi última, en realidad no había nada que contestar, de modo que no es un reproche ni mucho menos. ( ... ) Quiero solamente preguntar cómo estás, cómo sigue tu madre, y qué estás haciendo". La carta es larga también y termina: "Si un día tienes ganas, mándame dos líneas. No te digo lo que te deseo porque ya lo sabes. Ojalá estés bien, ojalá todo salga como tú quieres. Un abrazo de Julio".
La Maga no me alcanza más cartas de Cortázar, pero una se cae al suelo, la recojo y me permite leerla. Cortázar le escribe a Londres, donde ella vivía y vive aún: "París, 31/5/81. Querida Edith: Tu carta llegó por milagro, pues me mudé y el correo no es tan seguro en estos casos. Yo también estoy muy contento por el nuevo gobierno, y creo que será útil para los países latinoamericanos". Luego habla de los pueblos oprimidos, de los desaparecidos en la Argentina, de sus viajes y termina: "Espero que Joanna y vos estén bien" (Joanna, la hija de la Maga, era muy chica). "Hace años que no voy a Londres, pero si lo hago, te avisaré. Un abrazo fuerte, Julio."
Pero él no le avisó. Como siempre, el destino los puso frente a frente, esta vez en el subterráneo. La Maga se enojó; Cortázar se disculpó, diciéndole que estaba seguro de que el azar los iba a reunir, tal como había ocurrido.
Fue la última vez que se vieron. En el cuarto ha anochecido. La Maga prende la luz y el hechizo se rompe. Sin embargo, queda como un aire de melancolía; la tristeza de lo irrecuperable, de los rostros olvidados, del tiempo rescatado en cartas, en libros, en fotografías.
La mujer, melena negra y ojos verdes y duros, no representa los 70 años largos que tiene. Apoyados los codos sobre la mesa, que le sirve de escritorio, se toma la cara entre las manos, al tiempo que mira la enorme cantidad de fotografías, de cartas y de libros dispersos sobre la carpeta, bajo sus ojos. El cuarto es grande y silencioso (quizá demasiado), la luz entra por el ventanal e ilumina su perfil, todavía perfecto. De pronto, se da la vuelta, nos mira y con un ademán nos invita a ver las fotografías. En sus reacciones, en su mirada ansiosa, en las manos intranquilas, en el gesto maquinal y frecuente con que se aparta el pelo de los ojos, sigue siendo la misma persona tímida, insegura e insolente, que le inspiró a Cortázar el carácter de la Maga de Rayuela.
Las fotografías son de todas las épocas. En la más antigua se la ve de unos 9 años, sentada sobre el capó del coche de su padre. Muestra la sonrisa que el tiempo respetará; la misma de hoy, la misma que iluminó su rostro cuando Cortázar la fotografiaba.
La Maga es políglota; habla y escribe en francés, inglés, alemán (su lengua natal) y en el español que aprendió en la Argentina -"Maga nació en el Sarre, de padres judeoalemanes, que pronto se divorciaron: la madre la trajo entonces a Buenos Aires. Eso ocurrió antes de la Segunda Guerra Mundial. Acá, cursó la secundaria -A los 23 años se fue a París a perfeccionar su francés -Viajó en el mismo barco en que lo hacia Cortázar, Conte Biancamano; partieron el 6 de enero de 1950. "Me llamó la atención ese joven alto y delgado (el joven estaba por cumplir 36 años), que tocaba el piano en el salón de tercera clase, donde viajábamos"-, recuerda la Maga. Sin embargo, y pese a haberse observado mutuamente, no se presentaron. Los unió el azar; una tarde, mientras ella estaba en una librería del boulevard Saint Germain, lo vio en la calle, del otro lado de la vidriera, y él la saludó con una inclinación de cabeza. La segunda vez, se encontraron en un cine, donde pasaban la Juana de Arco, muda, de la Falconetti. La tercera vez, tropezaron el uno con el otro en el Jardín de Luxemburgo, hacía mucho frío y entraron en un café donde charlaron horas. La Maga cuenta que Cortázar le daba mucha importancia a estos encuentros dispuestos por el destino. Se hicieron amigos, él le regaló un poema suyo que hablaba del tiempo pasado en el barco, se titulaba "Los días entre paréntesis". Descubrieron amigos comunes en París y que, además, se divertían mucho juntos.
Pero Cortázar después de cuatro semanas volvió a Buenos Aires y en agosto de 1951 le escribió a la Maga una carta. Me la tiende después de haberla rescatado del caos de papeles amontonados en la mesa. Leo: "Querida Edith (porque Edith todavía no era la Maga, o lo era y no lo sabía): No sé si se acuerda todavía del largo, flaco, feo y aburrido compañero que usted aceptó para pasear muchas veces por París, para ir a escuchar Bach a la Sala del Conservatorio ( ... ), para ver un eclipse de luna en el parvis de Notre Dame, para botar al Sena un barquito de papel, para prestarle un pulóver verde (que todavía guarda su perfume, aunque los sentidos no lo perciban).
Yo soy otra vez ése, el hombre que le dijo, al despedirse de usted delante del Flore, que volvería a París en dos años. Voy a volver antes, estaré allí en noviembre. ( ... ) Pienso en el gusto de volverla a encontrar, y al mismo tiempo tengo un poco de miedo de que usted esté ya muy cambiada, ( ... ) de que no le divierta la posibilidad de verme. ( ... ) Por eso le pido desde ahora y se lo pido por escrito porque me es más fácil ( ... ) que si usted está ya en un orden satisfactorio de cosas, si no necesita este pedazo de pasado que soy yo, me lo diga sin rodeos. ( ... ) Sería mucho peor disimular un aburrimiento. ( ... ) Me gustaría que siga siendo brusca, complicada, irónica, entusiasta, y que un día yo pueda prestarle otro pulóver". La carta es larga y la primera de una serie que duró tanto como la vida de Cortázar.
Mientras tanto la Maga necesitaba vivir: encontró un empleo en las tiendas Printemps sólo por su capacidad de hablar cuatro lenguas. Recuerda con horror cuando alguna clienta robaba algo y la pescaban; el jefe le decía: "Hágala confesar, hágala llorar" y la que terminaba llorando era ella. Cortázar volvió a París con una beca. Al acabarse, la Maga le consiguió un empleo de empaquetador en la misma tienda y, según el testimonio de Aurora Bernárdez, hacía unos paquetes perfectos.
"El año 1952 quedará como un año muy especial para Julio y para mi", reflexiona la Maga. En el Jardín des Plantes descubrieron juntos los axolotes; en el parque de Secaux, Cortázar le leyó "Final del juego" y al verla tan conmovida le prometió que, al publicarlo, se lo dedicaría (luego no cumplió su promesa); una noche helada, oyeron a Edith Piaf, y el 23 de mayo asistieron al triunfo de Le sacre du Printemps.
La Maga muestra más fotos, más cartas. En una sin fecha, Cortázar le da instrucciones precisas para la traducción del cuento "La noche boca arriba". En otra, escrita en París el 17 de diciembre de 1964, le habla a la Maga (que vive otra vez en Buenos Aires, con su mando), de lo que ha hecho: "Volví ayer de Londres, donde pasé diez días, y me di cuenta de que el año se acaba dentro de muy poco, y que me gustaría que recibieras estas líneas. ( ... ) Como no contestaste a mi última, en realidad no había nada que contestar, de modo que no es un reproche ni mucho menos. ( ... ) Quiero solamente preguntar cómo estás, cómo sigue tu madre, y qué estás haciendo". La carta es larga también y termina: "Si un día tienes ganas, mándame dos líneas. No te digo lo que te deseo porque ya lo sabes. Ojalá estés bien, ojalá todo salga como tú quieres. Un abrazo de Julio".
La Maga no me alcanza más cartas de Cortázar, pero una se cae al suelo, la recojo y me permite leerla. Cortázar le escribe a Londres, donde ella vivía y vive aún: "París, 31/5/81. Querida Edith: Tu carta llegó por milagro, pues me mudé y el correo no es tan seguro en estos casos. Yo también estoy muy contento por el nuevo gobierno, y creo que será útil para los países latinoamericanos". Luego habla de los pueblos oprimidos, de los desaparecidos en la Argentina, de sus viajes y termina: "Espero que Joanna y vos estén bien" (Joanna, la hija de la Maga, era muy chica). "Hace años que no voy a Londres, pero si lo hago, te avisaré. Un abrazo fuerte, Julio."
Pero él no le avisó. Como siempre, el destino los puso frente a frente, esta vez en el subterráneo. La Maga se enojó; Cortázar se disculpó, diciéndole que estaba seguro de que el azar los iba a reunir, tal como había ocurrido.
Fue la última vez que se vieron. En el cuarto ha anochecido. La Maga prende la luz y el hechizo se rompe. Sin embargo, queda como un aire de melancolía; la tristeza de lo irrecuperable, de los rostros olvidados, del tiempo rescatado en cartas, en libros, en fotografías.
(Texto: María Esther Vázquez, publicado en la revista "La Maga", en noviembre de 1994")
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