Lugar de las placas: calle Santa Ana esquina Alameda de Hércules
No sé cuántas veces habré pasado por esta esquina pero la
verdad, hasta la tarde de ayer no descubrí las dos placas que, a modo de
trágico testimonio, lucen en la fachada
de la calle Santa Ana esquina Alameda de Hércules. Y es que vamos por la
calle como quien huye del diablo: corriendo y sin detenernos a observar las
miles de maravillas artísticas y arquitectónicas que se han molestado en poner
frente a nosotros para disfrute del ser humano, pero nada, el hombre -animal
inoculado con el virus de la prisa- pasa delante de ella como si fueran objetos
invisibles.
Pues bien, la primera que visualicé fue la más cercana al
suelo, a una altura aproximada de metro y medio, nivel que alcanzó en 1961 las aguas del arroyo Tamarguillo, cuando el 25 de noviembre de ese año, la
rotura de un dique del citado canal volcó sobre Sevilla millones de hectólitros de agua.
La otra, a una altura de tres metros, nos retrotrae a la
noche del 28 de diciembre de 1796, cuando las aguas del Guadalquivir –una vez
más- venían a reivindicar su viejo cauce, y es que hay que recordar que, a
pesar de que el Conde de Barajas desecara en 1574 el antiguo brazo del río que
partiendo de la Barqueta desembocaba en el Arenal, la Alameda de Hércules sigue
siendo una de las zonas con más riesgo de inundación de la ciudad, debido a su
baja cota y a la proximidad al río.
Han pasado cincuenta y dos años de la última riada y –por
fortuna-, gracias a los trabajos emprendidos para evitarlo, Sevilla parece
haberse olvidado definitivamente de aquella incertidumbre que estas
inundaciones producían todos los años en la ciudad.
Riada de 1961 que produjo el arroyo Tamarguillo: 1.5 metros de altura aprox.
Riada de 1796: desbordamiendo del río Guadalquivir: 3 metros de altura aprox.
Otra imagen de la esquina con los dos testigos de las riadas
Imagen de 1930 con la Alameda de Hércules riada
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