Me preguntan algunos
Me preguntan algunos
que por qué te llamo
con nombres de mujer,
y «mi reina» y «señora»
y «madre mía»
y «dama de mis lutos»,
si tú -dicen ellos,
y tienen su razón-
estás más allá de los sexos y más
allá de la gramática.
Pero ellos no saben
que también yo tuve,
igual que los demás,
una madre, y fui suyo
y fue ella mía,
como la gente dice;
y aun sé que era blanca,
y larga la nariz,
y oscuros los ojos, y cuando se fue.
el pelo de ceniza.
Ay, tenía su nombre,
y seguramente
yo no la quise bien,
por lo menos no como
los hombres dicen
que quieren a sus madres;
pensaba ser hijo
de alguna diosa yo,
y nunca llegué a perdonarle quizá
que fuera madre mía.
Le escribí sin embargo
cartas o le traje
flores alguna vez;
pero pocas; y sólo
cuando de Dios
con ella discutía
estuve algo cerca
de amor, o cuando ya
a lo último, casi sin sangre, tal vez
la trasportaba en brazos.
Ella ahora, o los huesos
entre los que -dicen-
mi hueso se cuajó,
bajo tierra se esconde
y cría malvas
o hilvana raicillas
bajo los cipreses
allá al lado de acá
del río de aquella lejana ciudad,
y no sé nada de ella.
Y por eso te llamo
madre a ti y con todos
los nombres de mujer,
mi señora, mi reina,
mi dama esquiva,
mi negra tú, mi blanca,
y hasta, si pudiera
atreverme alguna vez,
quizá te llamara su nombre también,
como ella se llamaba.
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