Las alambradas
Hoy pienso en los millones de personas que viven a los pies de las fronteras. Sin equipaje, con sólo la llave de sus casas y la memoria reventada en pedazos.
Mirando siempre hacia el otro lado, deshojando su vida lentamente, soñando con que cesen las bombas para andar de nuevo sobre los escombros y buscar entre ellos indicios de lo que fueron.
Personas que nacen y mueren cerca de las alambradas, sin acostumbrarse a la limosna, sufriendo la rabia de ser vomitados por su propia tierra.
Errantes, con mil lenguas.
Náufragos.
Parias obligados a ser parias de tercera.
Y el mundo se reparte, se divide, a espaldas de la vida.
Y el mundo tan hermoso y tan bestial no aprende.
Generación tras generación nos pasamos las llaves o los recuerdos clandestinos porque siempre conocemos a alguien que nos habló o nos habla de este desgarro mortal que es huir con las manos vacías a golpe de fusil o de metralla.
Personas que nacen y mueren cerca de las alambradas, sin acostumbrarse a la limosna, sufriendo la rabia de ser vomitados por su propia tierra.
Errantes, con mil lenguas.
Náufragos.
Parias obligados a ser parias de tercera.
Y el mundo se reparte, se divide, a espaldas de la vida.
Y el mundo tan hermoso y tan bestial no aprende.
Generación tras generación nos pasamos las llaves o los recuerdos clandestinos porque siempre conocemos a alguien que nos habló o nos habla de este desgarro mortal que es huir con las manos vacías a golpe de fusil o de metralla.
Y yo no sé qué más pueden hacernos para decir basta, yo no sé cómo vamos a avanzar si sobre la piel del mundo, silenciosos, cada vez son más los que oxidan las alambradas con sus lágrimas.
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