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sábado, 19 de octubre de 2013

Fray Jesús Mendoza González: Muere un hombre bueno






Hasta luego, mi buen amigo, allá donde quiera que estés







Nos conocimos iniciada la década de los setenta, yo, buscando un espacio interior donde encontrarme, él, una causa firme donde asentarse. Aún no era sacerdote pero ya comenzaba a ser un cura molesto para los jerifaltes del arzobispado. Era Dominico del Convento de Nta. Sra. de la Candelaria y San Jacinto de Triana, aunque él y un elevado grupo de hermanos ocupaban la planta completa de un gran edificio, allá por la calle Venecia, que la Orden había adquirido para residencia y en la que se alojaban los miembros más activos y discrepantes con ella. 
Él me descubrió el humanismo de Thomas More y su “Utopía”; el mundo de la sencillez en la poesía y las leyendas de Rabindranaht Tagore; el misticismo que escondían los versos de Neruda; la profundidad resuelta de Amado Nervo; el laberinto espiritual de Unamuno y Antonio Machado; la literatura sacrílega y seductora de Pierre Louis, el colorido y la musicalidad de Alberti, etc., y me introdujo en el estudio de la humanidad del hombre a través de la mano de un “hereje”: Desmond Morris y su obra “El mono desnudo”.  

Nunca hablamos de Dios, a no ser que yo lo demandara, pero él siempre tenía la misma respuesta:  
 
-“¿Qué quieres que te responda, Mayco, si yo, a estas alturas, aún no he encontrado una explicación a la caída de mi sobrino a la alcantarilla?”
 
Tenía un magnetismo que irradiaba y atraía, un espíritu de quietud y paz  que nos servía para arrostrar nuestra conflictiva juventud, pero -sobre todo- cuando teníamos enfrente las cachiporras y los fusiles lanzapelotas de la policía que trataba de mantener "el orden" que imponía el franquismo
Recuerdo que siempre andaba cogido de tiempo. Todo el mundo quería estar con él, todo el mundo lo solicitaba, por eso nos sorprendía tanto que le quedasen tiempo y ganas para dedicárnoslo a nosotros. Dormía poco y las horas las estiraba de tal forma que parecía hacerlas de ciento ochenta minutos.

Como todo hombre, tuvo dudas, muchas dudas. Es lo que más recuerdo de él. A veces se preguntaba y me confesaba "qué hacía allí con aquel hábito cuando Jesucristo estaba frente a él, en la calle, apaleado sin contemplaciones por un “gris” que martirizaba a una persona indefensa".
O en los niños sin colegio de las Cuevas del Sacromonte, por los que todos los veranos -una vez acabada la Universidad-, se desplazaba, junto a otros compañeros, a la recurrida Alemania con el propósito de reunir dinero con el que poder adquirir ladrillos y cemento para levantar una escuela en ese lugar tan marginado.

 
Nada -nunca-, fue suyo. Sólo pensaba en la gente. Era como un niño grande al que todos querían y al que todos se arrimaban. Irradiaba paz y una energía vital que lograba transmitirnos. Por eso sólo deseábamos estar junto a él, junto al hombre, porque como un hombre se mostraba ante nosotros, lleno de sabiduría y dudas, como cualquier hombre de la calle. 
 
En la tarjeta en la que me anunciaba su ordenación decía:
 
-“Mayco: alguien ha escrito que la vida se va haciendo con verdad y error. Yo cuento mucho en mi vida con esto último: el error. Pero pienso que la vida del hombre, mientras vive, tiene posibilidad de rectificarse. Lo importante es buscar. No pararse. Seguir... Luchar, porque en la lucha se hace la luz y la verdad... etc.”
 
Y me quedo con el final: 
 
-“Pienso que la amistad no se apaga en una prueba, sino que en ella empieza.”

Y así ha sido. Al menos en cuanto a mí. En 1973 lo destinaron a Córdoba, donde tuve la ocasión de visitarlo un par de veces mientras hacía el campamento militar en Cerro Muriano. Había comenzado un proyecto sumamente ambicioso: la creación, dentro del convento, de una comunidad tipo "Utopía" compuesta por hermanos del mismo convento y personas (profesionales) de la calle, confesión que no me cogió por sorpresa puesto que la influencia de las ideas de More siempre estuvieron presente en su mente. 
Después de estas dos visitas no volvimos a vernos. El "cumplimiento del deber con la Patria" nos separó bastante y después, una vez finalizada mi experiencia militar, mi compromiso social con los los acontecimientos políticos del momento, me absorbieron durante algunos años, tantos que llegamos a perder el contacto definitivamente.
 
Después, cuando llegó la calma, no logré contactar con él. Yo lo hacía lejos de España, quizás en Latinoamérica, como otros muchos curas conocidos que habían cruzado el charco, sin sotana, padre de cuatro o cinco chiquillos, implementando en esas tierras lejanas la emancipadora "Teología de la liberación" ... Pero se ve que no. Como en otras muchas cosas, me equivoqué. 
Hace unos años localicé noticias suyas a través de Internet y descubrí, con gran sorpresa, que seguía donde lo dejé: de Dominico y ayudando a la gente, aunque implicado en algunas "empresas atípicas” que me entristecieron y descolocaron. Por ellas deduje que "Shangri-La" había fracasado y, lo que me resultaba más desconcertante, que su actividad en Córdoba sólo había girado en torno al mundo cofrade, el "capilleo", algo impensable y contra lo que tanto luchó el Jesús  de la etapa en Sevilla.
 
Me hubiera gustado hablarlo con él, conocer sus argumentos, seguro que tendría razones justificadas para obrar contrariamente a cómo pensaba y actuaba cuando nos tratábamos, pero no conseguí localizar ningún contacto y hoy ya es tarde, Jesús ha muerto dejándome nuevamente con la duda -ese gusano juvenil que no te permite dormir en paz-, que él me transmitió y que desde entonces me ha perseguido.
 
El jueves 17 de octubre murió un buen hombre, ha muerto un buen amigo, aunque "hayamos dejado crecer la hierba en el camino de nuestra amistad”.  
No acabo de acostumbrarme a la muerte, a pesar de que se me hayan muerto demasiadas personas muy queridas. Hay algo en mí que se resiste a admitir ese proceso que algunos llaman natural y que a mi me resulta cruel e injusto. Como escribía Simone de Beauvoir, "No hay muerte natural: nada de lo que le sucede al hombre es natural, puesto que su sola presencia pone en cuestión al mundo. Todos los hombres son mortales, pero para todos los hombres la muerte es un accidente, y aun si la conocen y la aceptan, es una violencia indebida."

Jesús Mendoza González, Rector de los Padres Dominicos y Prior de la Basílica de Candelaria, nació el 9 de agosto de 1944 en Gáldar (Gran Canaria). Ha estado vinculado a Candelaria desde la década de los 70, siendo ordenado sacerdote en la Iglesia de San Andrés Apóstol de Las Cuevecitas en 1972.
Posteriormente en 1986 -después de vivir algunos años en Sevilla y Córdoba-, fue designado Prior de la Basílica de Candelaria. El 14 de noviembre de 1998 fue nombrado Hijo Adoptivo de Candelaria, siendo en 2009 pregonero de las Fiestas de la Virgen de Candelaria. Además cuenta con una calle que lleva su nombre en este municipio desde finales de la década de los 90.
En la actualidad, era Vicario del Provincial en el Convento y Rector de la Basílica de Candelaria y párroco de Santa Ana. Recientemente había recibido la Insignia Especial a la Labor Humanitaria por parte del Centro de Iniciativas Turísticas de Candelaria (CIT) y el premio de Valores Humanos 2013 por parte del Cabildo de Tenerife.

Descansa en paz, viejo amigo, y échanos de vez en cuando un vistazo, ya sabes, para que no nos perdamos en este laberinto más de lo que ya lo estamos, y a la vez, cuídate tú también, porque lo que encuentro escrito sobre ti en Internet, obviando al hombre que vivió, padeció y luchó en Sevilla,  no le hace mucho bien al Jesús de mis recuerdos.




 

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