Hacía
casi nueve años que no visitábamos Almería. La ciudad ha crecido de forma
vertiginosa hacia levante mientras que la parte central y la zona vieja siguen
casi intactas.
Como
viene siendo costumbre, entres las diversas visitas que realizamos una fue al
remodelado Mercado Central, del que hemos sacado una grata impresión.
Después de la última reforma el mercado ha quedado envidiable. Ha ganado en
luminosidad y altura y la exposición de los puestos y los productos quedan
inmejorables.
El emplazamiento actual había
sido ya utilizado desde el siglo VIII para el desarrollo de ferias y todo tipo
de transacciones vinculadas al comercio.
La construcción de este edificio
se le encargó en un principio (año 1892) al arquitecto Antonio Martínez Pérez,
aunque finalmente fue diseñado y ejecutado por Trinidad Cuartara
Cassinello, en 1893, inaugurándose en 1897.
El estilo es un destacado
ejemplo de la arquitectura del hierro
de finales del siglo XIX. Nació así un mercado construido en hierro, cristal y
madera, acorde con el gusto modernista que a finales de dicho siglo imperaba en
toda Europa. Actualmente –después de las reformas ejecutadas-, su imagen
exterior se articula de forma equilibrada con la arquitectura y el espacio
urbano de circunvalación.
El edificio se restauró en 1982 y
en el 2009 se practicó una nueva y acertada reforma en la que la primera planta
ha salido ganando. No puedo decir lo mismo de la planta sótano destinada a
puestos de pescados: tanto acero inoxidable la hace excesivamente fría,
demasiado aséptica, tiene aire de hospital.
En líneas generales, el Mercado
roza el sobresaliente. Ya podrían aprender nuestros gobernantes municipales y
no caerían en errores tan visibles como los del mercado de Triana, El del Cerro
del Águila o el más indignante, el de la Encarnación: antiestético, confuso, laberíntico
e irracional, y lo que es más grave, desde el día de la inauguración, maloliente.
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