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lunes, 30 de julio de 2012

Cita con el pasado






Hace poco, el Destino –esa abstracción psicocósmica que a diario anda cuestionada- hizo que reencontrara a un viejo y querido amigo del pasado.
Algo que siempre me ha intrigado es comprobar cómo somos capaces de seguir adelante en nuestro proceso evolutivo como persona, faltando algunos de aquellos elementos e individuos a los que tan ligados van parte de nuestra vida. Nunca he dado con la respuesta, pero el caso es que lo hacemos, y, a veces, sin ninguna dificultad.
Cuando ocurren estos acontecimientos, tu espacio, tu existencia, tus recuerdos, reciben un fuerte retroceso, puesto que la máquina del tiempo nos transporta a un mundo donde los fotogramas tienen un tono sepia y las escenas las revives en blanco y negro.  
Y es que los años no han pasado en balde, hablamos de más de treinta y siete, sólo interrumpidos en una ocasión -hace algo más de trece años-, donde las circunstancias nos limitaron bastante a la hora de ponernos al corriente: él estaba en su puesto de trabajo atendiendo a los clientes y yo, aunque iba sin prisas, no me pareció correcto abusar del momento y nos ceñimos a una breve e insuficiente puesta al día. Luego caí en la cuenta de que ninguno de los dos nos habíamos pedido el teléfono, ni otro tipo de contacto, todo fue tan rápido que la cosa quedó como estaba, hasta hace unas semanas en que, a través de otro viejo amigo que formaba parte “del equipo”  juvenil de aquellos lejanos tiempos, conseguimos volver a reunirnos nuevamente.
Como si se tratara de magia, de pronto, allí estaba otra vez el trío: Pepe, Paco y Manuel, que, aunque alternábamos con otros amigos más, lo cierto es que los tres conformábamos un fuerte y unido triángulo.
Pepe era el mayor del grupo, también era el más dinámico, el más juerguista, el más desprendido, y el más “ligón”. Le gustaba el buen vestir, el buen comer, la música, bailar, y las líneas modernistas de las niñas hermosas.
Lo conocí accidentalmente -y cuando digo accidentalmente no hablo de un suceso traumático, donde los huesos se hayan vistos involucrados-, en un guateque que otro amigo común celebraba.
Con el paso del tiempo esta incidencia siempre sirvió para que, al recordarla, nos rompiéramos de risa. Al final salimos ganando los tres: la causante del “accidente” se quedó planchada y nosotros logramos construir una sólida y envidiable amistad. 
No sé a qué será debido, pero lo cierto es que los acontecimientos vividos en la juventud dejan siempre una huella imborrable dentro de nuestra memoria, igual que le ocurre a éstos, porque cada vez que me topo con ellos -cuando alguna vez rebusco en el océano de mis recuerdos-, me llenan de dicha y satisfacción, y los percibo frescos y recientes.  
Pero todo lo bueno suele ser efímero, y nuestra amistad, después de muchos años compartida, comenzó a ser torpedeada por las circunstancias externas. 
Sin darnos cuenta, vinieron los años del desequilibrio -esa etapa vital en el crecimiento formativo personal del individuo-, donde a los jóvenes de aquella nefasta época le truncaban el futuro y la juventud. 
Como a otros miles de muchachos más, a nosotros nos llegó el tiempo de “cumplir con la patria”, de “hacernos hombres”, de “coger extraordinarias experiencias”, de "jugar a soldaditos", resumiendo, llegó la hora de aquel ineficaz, absurdo, brutal y deshumanizador servicio militar con el que la mayoría de los jóvenes teníamos que cumplir por ser miembros de un país que aún se consideraba en guerra consigo mismo.
Primero fue Pepe el que tuvo que acudir a su cita inexcusable. A su vez, Paco decidió marcharse a trabajar a Mallorca, con lo cual, el trío, de golpe se vio desintegrado. Continuamos el contacto a través de ese medio que hoy nos parece casi primitivo –la carta-, pero ya no era lo mismo, por muchos sentimientos que depositaras en ella, la cosa no era igual, la distancia impone su presencia, además, íbamos conociendo nuevas amistades, nuevas inquietudes, nuevos mundos, y al faltarnos el contacto, aquella amistad se fue enfriando.
Luego se complicó algo más, ya que poco antes de que Pepe terminara su infinita "mili", Paco fue llamado también a "filas", y nada más terminar él me llegó el turno a mí, con lo cual, el destrozo que provocó en nuestras relaciones fue mayúsculo, porque para quien no lo sepa o recuerde, en aquellos años, con un poco de mala suerte, el servicio militar te lo chupabas en otra localidad lejana a la tuya.

Así fue que, una vez que finalizamos nuestros compromisos patrióticos, y tras el largo periodo de años sin contacto,  los tres acabamos metidos en otros mundos -algunos  muy diferentes al anterior-, del que no quisimos renunciar. Nos vimos -no sé si un par de veces más-, pero la escasez de tiempo, las nuevas amistades, las novias y, esencialmente,  los compromisos individuales adquiridos por cada cual, hicieron imposible que se reanudara aquella vieja amistad que tan grata había sido. 
Y pasaron las semanas, los meses, hasta que estos se convirtieron en años, en décadas, y los alegres muchachos, sin darse cuenta, se convirtieron en maduros cincuentañeros que montaron una familia -y una nueva vida- al margen de aquellos recuerdos... Éstos sólo servían para poner una nota de nostalgia, cuando alguna vez repasábamos los acontecimientos de nuestra ya lejana juventud. 

Hoy nos hemos vuelto a reencontrar. Hemos tomado café, hablado de la familia –de los  nuevos componentes, de los ausentes-, del trabajo, de los tiempos pretéritos, de la situación actual, incluso hasta del futuro... pero sólo el Destino sabrá si este reencuentro con el pasado ofrece garantías de continuidad, teniendo en cuenta que lo único que nos une es la memoria común de un tiempo compartido hace ya bastantes años. ¡Ojalá fructifique! El tiempo lo dirá.  
 







  

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