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martes, 28 de febrero de 2012

28-F: Este no es mi día


No descubro nada nuevo si digo que este día no me motiva. No lo reconozco como el día de mi pueblo, ni mucho menos acepto el carácter festivo que la mayoría de partidos y dirigentes políticos que operan en el territorio le adjudican.
Siempre he mantenido que ser andaluz es un sentimiento, una necesidad, una aptitud que ennoblece a aquel que la posee, y que, por efecto de la dinámica, transmite al que se encuentra a su lado. Desgraciadamente, este es un valor escaso entre nosotros. Creemos que se es andaluz, sólo por haber nacido en esta maravillosa tierra, y que esto nos exime de otras exigencias.

Me duele –como andaluz-, que se confunda, constantemente, lo que supone ser y sentirse hijo de esta tierra. Hasta ahora, todos los poderes que nos han gobernado han coincidido en su esquema estratégico para robarnos nuestra identidad, adjudicándonos un prototipo cultural lleno de tópicos y datos antihistóricos, que ha desvirtuado por completo nuestra personalidad como pueblo.
Así, ser andaluz supone “ser ocurrente”, gracioso, capillita, indolente, juerguista, inculto y, sobre todo, defensor a ultranza de los valores españolistas, y todo aquel que no se ajustara al esquema establecido quedaba estigmatizado como “malage”, “saborío” o bicho raro. Para ejercer de andaluz había que saber contar chistes, bailar sevillanas, vestirte de nazareno en Semana Santa, y de gitano en Feria.
Tenías que abjurar de tus antepasados y llamarlos despectivamente moros, comulgar con los invasores y celebrar –como sigue sucediendo en la actualidad- la onomástica del avaro (Fernando III) que saqueó Isbiliya, o, como en Granada, el día en que el rey andalusí Boabdil fue derrotado por las hordas castellanas.

No quiero repetirme. Yo no me siento identificado con ese retrato. Lo siento. Para mí, ser andaluz es algo mucho más profundo y amplio. No acepto la superficialidad, lo sencillo, lo manipulable. Me cuesta soportar la Andalucía de la charanga y la pandereta. Me duele la indiferencia de sus hijos y la despreocupación por recuperarla de la postración en la que se encuentra.
Ser andaluz –para mí- es algo mucho más sencillo y tangible: querer, de verdad, a su tierra.

Un saludo a los andaluces de bien y un rechazo a los que con su aptitud no hacen más que reafirmar los tópicos, y con ello, desprestigiarla.

¡Viva Andalucía libre!, hasta de estos malos patriotas.




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