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jueves, 26 de septiembre de 2013

Félix María Samaniego: "El lobo y el perro"









El lobo y el perro (Fábula)



En busca de alimento 
iba un Lobo muy flaco y muy hambriento. 
Encontró con un Perro tan relleno, 
tan lucio, sano y bueno, 
que le dijo: «Yo extraño 
que estés de tan buen año, 
como se deja ver por tu semblante, 
cuando a mí, más pujante, 
más osado y sagaz, mi triste suerte 
me tiene hecho retrato de la muerte.» 
El Perro respondió: «Sin duda alguna 
lograrás si tú quieres, mi fortuna. 
Deja el bosque y el prado; 
retírate a poblado; 
servirás de portero 
a un rico caballero, 
sin otro afán ni más ocupaciones 
que defender la casa de ladrones.» 
«Acepto desde luego tu partido, 
que para mucho más estoy curtido. 
Así me libraré de la fatiga, 
a que el hambre me obliga, 
de andar por montes sendereando peñas, 
trepando riscos y rompiendo breñas, 
sufriendo de los tiempos los rigores, 
lluvias, nieves, escarchas y calores.» 
A paso diligente 
marchaban juntos amigablemente, 
varios puntos tratando en confianza, 
pertenecientes a llenar la panza. 
En esto el Lobo, por algún recelo 
que comenzó a turbarle su consuelo, 
mirando el Perro, dijo: «He reparado 
que tienes el pescuezo algo pelado. 
Dime: ¿Qué es eso?» «Nada.» 
«Dímelo, por tu vida, camarada.» 
«No es más que la señal de la cadena; 
pero no me da pena, 
pues aunque por inquieto 
a ella estoy sujeto, 
me sueltan cuando comen mis señores, 
recíbenme a sus pies con mil amores; 
ya me tiran el pan, ya la tajada, 
y todo aquello que les desagrada; 
éste lo mal asado, 
aquel un hueso descamado; 
y aun un glotón, que todo se lo traga, 
a lo menos me halaga, pasándome la mano por el lomo; 
yo meneo la cola, callo y como.» 
«Todo eso es bueno, yo te lo confieso, 
pero por fin y postre tú estás preso: 
Jamás sales de casa, 
ni puedes ver lo que en el pueblo pasa.» 
«Es así.» «Pues amigo, 
la amada libertad que yo consigo 
no he de trocarla de manera alguna 
por tu abundante y próspera fortuna. 
Marcha, marcha a vivir encarcelado; 
no serás envidiado 
de quien pasea el campo libremente, 
aunque tú comas tan glotonamente 
pan, tajadas y huesos; porque al cabo, 
no hay bocado en sazón para un esclavo.»







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