El candidato ejemplar
No lloraba evocando su
infancia desvalida, no besaba a los niños, no firmaba autógrafos ni se
fotografiaba junto a los inválidos. No prometía nada. No infligía interminables
discursos a los electores. No tenía ideas de izquierda, ni de derecha, pero
tampoco de centro. Era insobornable, despreciaba el dinero, aunque se relamía
notoriamente ante los ramos de flores.
En las elecciones de
1996, encabezaba las encuestas. Era el candidato favorito a la alcaldía del
pueblo de Pilar, y su fama creía en todo el nordeste del Brasil. La gente,
harta de los políticos que mienten hasta cuando dicen la verdad, confiaba en
este joven bóvido artiodáctilo, vulgarmente llamado chivo, de color blanco y
barba al tono. En sus actos públicos, Federico bailaba, erguido en dos patas, y
hacía convincentes cabriolas al ritmo de la banda que lo acompañaba por los
barrios.
En vísperas de su
victoria, amaneció muerto. Tenía la sangre roja de sangre seca. Había sido
envenenado.
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