Cada vez que nos convocan a una
cita electoral no puedo evitar bostezar y mirar para otro lado. He de reconocer
que no soy un buen ciudadano al que le haya calado ese baboso y manido
argumento de que “la democracia es el menos malo de los sistemas
políticos”, sino todo lo contrario, tiene la convicción de que ésta es una
peligrosa y perversa herramienta en la que se apoya la dictadura burguesa para
imponer sus criterios gubernamentales, ya que con su monótona y escasa
actividad participativa hace que el acomodadizo ciudadano se atolondre y
adormezca y delegue sus aspiraciones reivindicativas en políticos profesionales
que sólo aspiran a satisfacer los intereses del partido, cuando no los
personales.
Me repugna observar la generosidad con la que se
convocan estos carísimos eventos circenses mientras que tacañean y recortan en
programas más necesarios y vitales como son la sanidad, la enseñanza, la
dependencia, la pensión milagrosa de los jubilados, la ayuda a familias
necesitadas, etc., y la docilidad con la que entramos todos al trapo, incluidos
los que no debieran permitir este despilfarro: los autotitulados “partidos del
cambio”, más conocidos en la jerga mitinera como agrupaciones de izquierdas.
Oír hablar de elecciones me
produce urticaria, y repugnancia, escuchar los sublimes mensajes de boca de uno
y otro para que acudamos a “ejercer nuestro sagrado derecho”. Por ello, muchas
personas creen que introduciendo una papeleta en una urna pueden cambiar
el destino del mundo, cuando los que abogamos por una Abstención activa
argumentamos que ese giro gravitatorio hace siglos que está establecido. ¿Cómo
creer en las elecciones cuando los que gobiernan el país jamás se presentan
a ellas? ¿Tiene sentido
mantener a 754 parlamentarios europeos en Bruselas, 616 entre senadores y
parlamentarios en Madrid, más los que suman los de las 17 comunidades
autónomas, si al final los que deciden la política que nos ha de machacar son
los poderes fácticos a través de su portavoz en Alemania?
Entiendo que los políticos traten
de vendernos sus buñuelos de viento, ya que de su buen mensaje depende su
futuro económico. Lo que no acepto es que nosotros comulguemos con ruedas de
molino. Acudir a votar es entrar en el ruin juego en el que estos impostores de
la política pretenden hacernos creer, así, de esa manera, legalizan el pillaje
al que están sometiendo a todos los países de nuestra desunida Europa. Sólo
espero que el 25 de mayo triunfe –una vez más, el Partido de la Abstención,
aunque ellos no sientan el mínimo de vergüenza por su derrota.
Imagen de una sesión en el Parlamento Europeo. Son 750 parlamentarios, cada uno nos cuesta más de 8.000 euros. ¿Es encesario tanto parasito?
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