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martes, 8 de noviembre de 2011

La sociabilidad nos convierte en seres domesticados



El pato que sale a mi encuentro es una de los que hace tan sólo unos meses –antes de que el parque se abriera al público- se mantenía silvestre, algo más adelante en el arroyo, en una isleta existente en el mismo, poco antes de que sus aguas abandonen el espacio reservado. En ese hábitat vivieron durante bastantes meses, asustadizos, esquivos, fugaces, incluso fotografiarlos resultaba harto complicado: la genética les informaba de qué animal debían cuidarse.
Hasta hoy, no había observado la mudanza que habían realizado. Bien es cierto que por motivos climatológicos (el implacable calor de mi tierra), hacía algún tiempo que ya no paseaba por el parque, a no ser a visitar a los colegas de los huertos, pero esto último lo hacía directamente, sin necesidad de pasar por el lugar donde habitaban últimamente.
Ha sido esta tarde, después de que las fuertes lluvias hayan dejado la tierra empapada y el olor de éstas -y la de los cientos de árboles que hermosean el paisaje- nos ha llamado a arrebato, cuando hemos paseado, relajadamente, por sus prados y sendas, tratando de recuperar el tiempo transcurrido. De pronto, cuando ya casi finalizábamos nuestro paseo, al pasar cerca de la laguna donde moran otros tipos de ánades –éstas auténticas libres y salvajes- descubrimos que de su orilla salía un pato que se acercaba, raudo, hacia nosotros. Es de los denominados “caseros” -esos que de pequeñitos compramos como juguetes a nuestros hijos, y luego, cuando han crecido lo bastante y ya no nos resultan graciosos, lo largamos-, que al oír el ruido de la bolsa de plástico que llevábamos, se acercó a toda velocidad, y sin temor, hacia nosotros.
Es curioso la capacidad de adaptación de los animales. La necesidad de satisfacer sus necesidades estomacales les ha hecho perder el miedo que en un principio les protegía. Me recordaba el capítulo del libro del Principito, donde el zorro le rogaba a éste que lo domesticara. La cercanía a los hombres los ha convertido en unos patos domesticados, dependientes, adaptados. A cambio de compañía y de alimento, han renunciado a su libertad y a sus orígenes. Los otros, los patos salvajes, asilvestrados, llevan más tiempos que estos en la laguna y jamás han cedidos en sus costumbres. Es una lección que nos ofrece la naturaleza. A semejanza de los patos, hay hombres que nacieron para ser libres y hombres que lo hicieron para ser domesticados.

2 comentarios:

  1. La supervivencia y la necesidad, amigo Manuel, a veces juega malas pasadas, hasta el precio a pagar, su libertad, por un trocito de pan. Eso mismo se aplica a los humanos.

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  2. Es lo que me entristece, Edy, que todos tengamos un precio.

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