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lunes, 23 de enero de 2012

La Híspalis de Julio César: La "Colonia Iulia Romula Hispalis"











Durante más de un siglo y medio, la existencia de Híspalis queda silenciada. La trayectoria histórica de uno de los primeros asentamientos romanos en el mundo, pasará desapercibido durante un largo período de tiempo. No habrá de ser hasta el año 49 a. de C., cuando el nombre de ésta aparezca, por primera vez, reflejado en la historiografía de la antigüedad.

La primera referencia la encontramos en un escrito de Julio César –el “Bellum Civile”-, donde nos relata que, “M. Terencio Varrón (partidario de Pompeyo), para enviar trigo a las tropas pompeyanas asediadas por César en Marsella y Lérida, encargó a los astilleros de Híspalis y Gades, la construcción de unas grandes naves capaces de realizar el transporte marítimo de dicho cereal”.
En éste párrafo, César, además de darnos noticias sobre la Híspalis silenciada, nos informa de la existencia en la ciudad de unos competitivos astilleros, capaces de rivalizar con los de Gades, con lo que se confirmaba que la “visión futurista” de Escipión el Africano había sido del todo acertada.
Otro texto que relata la importancia del citado puerto hispalense, es el “Bellum Alexandrino”

La segunda referencia a la ciudad la encontramos en el mismo “Bellum Civile”. En ella nos cuenta César que “una de las dos legiones que mandaba Varrón, la Vernácula, formada por romanos nacidos en España, deserta en masa y se retira a Híspalis, donde se cobija en los pórticos del foro, hasta que los ciudadanos romanos que habitaban la ciudad, distribuyeron a los soldados en sus hogares”.
De nuevo se cita a la ciudad, pero lo que más nos importa de este pasaje es que nos habla de la existencia de un gran foro porticado en ella.








También tenemos noticias a través Aulio Hircio, donde en su “Bellum Hispanensi”, nos cuenta que César, para que los partidarios de los hijos de Pompeyo no quemaran la ciudad y destruyeran las murallas, dejó que estos pudieran escaparse sin producir ningún daño.
Por esta referencia conocemos que la ciudad ya estaba amurallada antes de la llegada de César y que aún seguía siendo un “oppidum o vicus”, o sea, una ciudad extranjera, a pesar del elevado estado de romanización que había adquirido por esas fechas, y de que el latín se había impuesto ya como lengua oficial. Según cuenta Estrabón, “los turdetanos ya habían olvidado su lengua vernácula para hablar exclusivamente el latín”.
Estamos hablando del invierno del 46-45 a. de C., a pocas semanas de que el gran enamorado de Híspalis –César-, le diera un nuevo estatuto jurídico, denominándola a partir de ahora como “Colonia Iulia Romula Hispalis”, considerando a sus habitantes como ciudadanos romanos de pleno derecho.

La última referencia a la ciudad la realiza Cicerón, en el año 43 a. de C., al comentar una carta que le envía Asino Polión, gobernador de la Ulterior, donde acusa a Balbo "de haber arrojado a las fieras, en Híspalis, a un ciudadano romano, por el mero hecho de ser deforme".
Nueva referencia a la ciudad y un importante dato a destacar: la existencia de un anfiteatro en ella, único lugar donde eran posible estas actividades con animales.
 





La ciudad se vio obligada a crecer por el único lugar por el que podía hacerlo: la zona norte del antiguo altozano.
El perímetro de ésta se ampliaba desde la calle Muñoz y Pabón hasta la plaza de Santa Catalina, de donde partía la parte norte del Cardo Máximo, y continuaba por calles Alhóndiga, Cabeza del Rey Don Pedro, plaza de la Alfalfa, Corral del rey y Abades, donde finalizaba el tramo sur.
La localización del Decumano Máximo es bien visible actualmente. La parte este partía de la Puerta de Carmona, continuando por la calle Águila hasta cruzarse con el Cardo Máximo en la Alfalfa, para proseguir por la calle Alcaicería hasta alcanzar la plaza del Salvador en su tramo oeste.

El trazado de su muralla está consensuado, exceptuando el tramo norte, donde no hay un acuerdo unánime.
La parte sur de ésta corría próximo al arroyo Tagarete, entre la plaza de la Virgen de los Reyes y la del Triunfo.
Por el este seguía manteniendo el curso del citado arroyo, hasta llegar a la Puerta de Carmona donde giraba hacia el norte. Aquí es donde no se ponen de acuerdo los investigadores, ya que algunos mantienen que el lienzo de muralla continuaba hasta la Puerta de Osario, antes de encaminarse hacia Santa Catalina.
Los últimos hallazgos encontrados en los alrededores de Puerta Carmona hacen creer que era aquí donde la muralla emprendía su tramo septentrional, llegaba a la citada plaza de Santa Catalina (donde se han encontrado restos de ésta), continuaba por calle Gerona, plaza de San Juan de la Palma y terminaría en la de San Martín donde se iniciaba el tramo de poniente.
Este recorría las calles Cervantes (entre ésta calle y la de Amor de Dios hay una diferencia de nivel de cuatro metros, se cree que producidos por los restos de la muralla), Orfila, plaza de Villasís (en este lugar también se han encontrado restos de lo que podría ser un lienzo de muralla) Cuna, plaza del Salvador, hasta finalizar en el lienzo sur, próximo a donde hoy se encuentra la Catedral.

Si hacemos una recopilación de lo visto hasta el momento tenemos que, cuando la historia empieza a ocuparse de Híspalis, ésta es ya una de las ciudades más importantes de la península, la cual posee una muralla que la defiende –además de la protección que le proporcionan el Guadalquivir y el Tagarete, como ya vimos en el anterior trabajo-, un puerto cercano al mar, un importante astillero, un extenso foro porticado y un anfiteatro. Es de suponer que además contaba con un teatro y el circo donde celebrar las carreras. Dada la importancia de la ciudad, estos son unos elementos que no faltarían en ella, aunque éstos no han podido ser localizados hasta ahora.

Algunos investigadores apuntan que el teatro estaba cercano al Prado de las Santas Justa y Rufina, entre las calles Júpiter y Gonzalo de Bilbao. En este espacio, Ramón Corzo, “registró una depresión de cinco metros de profundidad y una forma sugerente de cávea”. Hay quien apunta que, los peldaños de las actuales gradas, formaban parte de los asientos de este teatro.






En el plano de Olavide, realizado en el siglo XVIII, se puede apreciar, al este de la ciudad, más allá de la muralla y cercano al arroyo Tagarete, grandes socavones que podrían pertenecer a los restos del teatro y del anfiteatro, aunque algunos otros lo rechazan, argumentando que estas depresiones corresponden a los vertidos de basuras y desechos “industriales”que allí se arrojaban.
Espinosa de los Monteros nos informa de la localización –según él- del anfiteatro y del circo:
  • el primero, en la Puerta de Carmona, junto al oratorio de las Santas Justa y Rufina;
  • el segundo, en las inmediaciones de la antigua Borceguinería, (explanada que acoge en la actualidad la plaza virgen de los Reyes y la Catedral), donde creía haber encontrado restos de él y de donde procedían –según cuenta-, las columnas de las gradas que hoy rodean el perímetro de la Catedral.

Ya no queda más que concluir diciendo que, a finales del imperio, Híspalis había llegado a convertirse en la primera ciudad de Hispania –algunos autores afirman que el nombre de Hispania es una derivación de Híspalis, tal fue su importancia-, y undécima del mundo, sólo por detrás de Roma, Constantinopla, Cartago, Antioquia, Alejandría, Tréveris, Milán, Capua, Aquileya y Arles, según el dato que nos proporciona el poeta Ausonio.

Que Julio César fue un enamorado de ésta y que como tal la mimó.
Durante el tiempo que fue cuestor la consideró como parte de él y la obsequió cuanto pudo.
Cuando fue pretor consiguió que Roma suprimiera los tributos que Metelo había establecido, liberando a la ciudad de unos impuestos gravosos, al mismo tiempo que la tomaba bajo su protección y presentaba y defendía en el Senado causas privadas y públicas que llegaron a proporcionarle algunas enemistades.
De igual manera se comportó en su consulado, concediéndole desde la distancia, cuantas ventajas pudo.
Pero los hispalenses no supieron ser agradecidos. Pronto olvidaron los beneficios que éste les concedió. La aristocracia republicana siempre fue fiel a Pompeyo en el conflicto que los dos adversarios mantuvieron, en cambio, la mayoría del pueblo –sobre todo, las capas menos favorecidas-, eran partidarios de él por el revulsivo revolucionario que desprendían sus ideas, aunque en determinados momentos del conflicto que César mantenía contra los hijos de Pompeyo, los hispalenses se pusieron del lado de éstos.
El último capítulo del “Bellum Hispaniense”, hace referencia a esta batalla y también narra el desencanto que produjo en el general las muestras de ingratitud de los habitantes de la Bética y de Híspalis.
No tomó ninguna represalia contra la ciudad: la amaba demasiado. Cuando decide entrar, lo hace con una mueca de decepción, pero absteniéndose de utilizar la violencia contra ella ni sus ciudadanos. César se limitó a lanzar un fuerte correctivo verbal, y tal vez, la confiscación de algunas tierras para sus soldados veteranos.

César amó a Híspalis, quizás más de lo que lo amaron a él sus habitantes.
Él la amplió, la engrandeció, reforzó sus murallas, la protegió, pero sus hijos no supieron corresponderle.
Híspalis descansa en las profundidades de la nueva Sevilla, esperando, tal vez, que otro enamorado la descubra.
Es poco lo que la arqueología nos ha deparado, así como también son escasas las fuentes históricas, pero lo que nadie pone en duda es que Híspalis fue una gran colonia romana que sigue viva bajo tierra. Quizás algún día tengamos nuevas noticias de ella.


 Maqueta de la Colonia Iulia Hispalis en el siglo III d. de C.



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