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lunes, 3 de octubre de 2011

Estampas cotidianas de nuestro pasado (II): La cocina






En las poblaciones rurales de Andalucía, la cocina se convirtió en el lugar más habitado de la casa, ya que ésta, además de prestar los servicios que como tal correspondía, también aportaba la “confortabilidad” y practicidad que el resto de estancias no ofrecían. Por estar situada casi siempre en la zona más accesible de la vivienda, y orientada estratégicamente para aprovechar la entrada de luz natural y la protección de las inclemencias de las estaciones con temperaturas extremas.





En la cocina, todo giraba entorno al fuego que producía el hogar o chimenea que, además de servir para elaborar las distintas comidas, proporcionaba el calor y el ambiente relajante que produce la candela.
El resto de componentes que la complementaban eran: imprescindible, la alacena, colocada en la zona más fresca del la cocina para guardar los alimentos que necesitaban frescor; un poyete que servía de encimera donde partir y preparar los avíos que servirían más tarde para el guiso; un fregadero –o en su defecto, un par de lebrillos pequeños- donde lavar los platos; un chinero para guardarlos; una bujía o candil para la iluminación nocturna; una mesa y, al menos, un par de sillas, el resto de utensilios se colgaban de las paredes, siempre cercanos al lugar de su uso. Y no se necesitaba nada más para satisfacer la cita diaria que las necesidades del estómago imponían.







En compañía de ese fuego -en las noches frías del invierno andaluz- la familia, antes de marcharse a la cama, mantenía una dilatada conversación sobre los quehaceres del día: el trabajo y la situación económica, eran, por lo general, los temas a tratar todos los días, y si cambiaban la rutina, era para peor: es que alguna sorpresiva y traidora enfermedad les había venido a visitar. En ese fuego, los niños cocían las batatas, las papas, tostaban las castañas, las bellotas, mientras las madres -con la paciencia que las caracterizaba- colgaban sobre el fuego el guiso que comerían más tarde, cuando los hombres regresaran de las labores.






Para cualquiera que haya vivido esa experiencia (muchas viviendas actuales siguen manteniendo este tipo de distribución y aún quedan familias que, incluso habitando en “pisos”, no abandonan la antigua costumbre de comer en ella), ha de reconocer que, la cocina, es el lugar más entrañable y mágico de la casa, donde, a manera de novela de época, uno soñaba mundos irreales, mientras dormitaba al calor de un brasero encendido, antes de coger el siberiano pasillo que te llevaba al dormitorio helado que te espabilaba de nuevo durante un buen rato.




2 comentarios:

  1. Hola Manuel, entrañable entrada, aunque mis recuerdos son muy vagos, el de la cocina de mi abuela, recuerdo que tenia unos huecos donde se metian el carbon, que era la fuente de alimentacion para guisar. Mi madre me contaba algo de la petera, pero no se lo que es.

    La cocina se componia de una mesa un par de sillas, aparte del fuego mencionado. Recuerdo los lebrillos y algunos enseres antiguos de antaño.

    En mi niñez, tengo gratos recuerdos de una cocina en particular, la de la casa de una tia de mi padre, en Rociana del Condado, alli nos ibamos unos dias en epoca navideña,tenia una chimenea o algo por el estilo, por esa parte de Huelva,le dicen 'el chupon', y se hacian unas tostadas exquitas, doradas al fuego, con sus calitas incluidas, pinchadas en un gran tenedor.


    Las planchas de las ropas de entonces que si pasas por un mercadillo de estos de antiguedades aun se encuentran y tantas cosas de entonces, un saludo... y seguiremos recordando con tus post. Gracias por compartir.

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  2. Esas cocinas que tú mencionas, son las primeras de las que tengo recuerdos; mi madre las tenía en la cocina cuando yo tenía 5 o 6 años. Poseían en el frente unas trampillas que encerraba las cenizas y partes de las brasas. Allí solía meter yo mis castañas, bellotas, batatas, papas, para asar... ¡Uhhhhh, qué ricas salían!
    Pero las que más me gustaban eran las cocinas del campo, con su hogar, donde se podían hacer las magníficaas "tostás" que tú mencionas, los chorizos a la brasa, o los trozos de tocino asados.
    ¡Cómo recuerdo las noches de inviernos, sentado frente al fuego, oyendo historias y relatos fantásticos! ¡Tiempo, quién te atrapara de nuevo!
    Las planchas "semiautomáticas" que refieres, ya apareceran más adelante, guardo algunas en la buhadilla.
    Un saludo.

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