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lunes, 25 de abril de 2016

El farragoso lenguaje de la izquierda










Hablar de política, después de unas reparadoras vacaciones, es zambullirse sin contemplación en la charca ponzoñosa donde retozan los cerdos, ¡y que me perdonen los de cuatro patas!, que no sé quién fue el desatinado responsable de poner nombre a los animales.
Como comprobarán por lo publicado a diario, la política que se origina hoy día –tal vez sería más correcto denominarlo politiqueo-, es algo que intento esquivar, pero de vez en cuando soy incapaz de no entrar al trapo, y es que el capote es tan rojo y tentador que si no embisto reviento.
Es lo que me ocurre con el galimatías lingüístico que determinados partidos ligados a la supuesta izquierda emplea a la hora de dirigirse al personal, lenguaje que está –incluso- contaminando a los arcaizantes miembros de la derecha tradicional.
Su origen procede de un partido que hace bastantes años que perdió el norte y, lo que es más grave, la ideología, y de un tiempo acá trata de llenar ese vació con frases y palabras huecas para contentar al personal, y que en ocasiones les llevan al extremo de enfangarse en el ridículo.
Todo lo empezó una pavisosa que, para quitarse el aburrimiento que le producía la indiferencia de su presidente marido, decidió meterse en política, y soltó aquella sonora pedrada de miembros y miembras, y los suyos, en lugar de corregirla dijeron que por qué no, que ya estaba bien de machismo y que había que darle un giro al lenguaje, aunque con ello se destrozaran las más elementales normas de gramática.
Luego vino otra fenómena a la que ese mismo partido colocó en un ministerio que se esforzaron en denominar rimbombantemente de Igualdad, y para justificar su generoso sueldo, se esforzó un día y escupió aquella aportación académica de jóvenes y jóvenas, y como ocurrió con la primera dama de España metida a política, todo el partido salió en tromba a defenderla y a manosear en su justificación los atenuantes que conlleva la convivencia machista.
A partir de ahí –y ante la cada vez más falta de ideas para mantenerse activo y necesario-, se precipitó el cataclismo verbal, y hoy soy incapaz de oír la televisión o la radio y no terminar con una otitis y una cierta descomposición estomacal. Lo peor del caso es que la enfermedad es contagiosa. Todo el que se cree de izquierdas se ve obligado a secundar esta perorata –bueno, menos cuando se le va la olla y se olvida del guión-, tanta es la infección que a llegado a afectar a algunos hablantes derechones.
Yo estoy hecho un lío. De momento sólo les han dado por afeminar sustantivos medio aceptables, que aunque mal dichos, uno sabe a qué y a quién se refieren, pero mi temor va más allá, cuando -como nuestra Presidente pretende-, el tinglao palabrero se fomente en las escuelas de nuestra Andalucía, ¡con el trabajo que nos estaba costando hablar medio bien! El resultado puede ser tremendo. Hasta ahora habíamos ido campeando el temporal de la mejor y más divertida manera, pero a partir de aquí no sé por donde saldrá el experimento de cambiar géneros. A ver cómo se las arreglan para casar determinados sustantivos, y si no al siguiente listado (son algunos ejemplos) me remito:


  • Orco-Orca
  • Foco-Foca
  • Caballo-Caballa
  • Huevo-Hueva
  • Pollo-Polla (con perdón)
  • Pito-Pita
  • Pelo-Pela
  • Puerto-Puerta
  • Cuadro-Cuadra
  • Llanto-Llanta
  • Tubo-Tuba
  • Punto-Punta
  • Cero-Cera
  • Libro-Libra
  • Caro-Cara
  • Cochero-Cochera
  • Muñeco-Muñeca (del brazo)
  • Caso-Casa
  • Mango-Manga
  • Cazo-Caza
  • Pasto-Pasta
  • Cuerdo-Cuerda (utensilio para atar)
  • Ruedo-Rueda
  • Palo-Pala
  • Pisto (comida)-Pista
  • Etc.


¡Que Dios nos coja confesados, y machista el último!









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