VOCES
Voces imaginarias y amadas
de aquellos que murieron o de aquellos que están,
como los muertos, perdidos para nosotros.
A veces nos hablan en sueños;
a veces, en su imaginación, las oye el pensamiento.
Y, con su sonido, retornan por un instante
ecos de la poesía primera de nuestra vida,
como música que, en la noche, se extingue lejana.
Cavafis.
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Los muertos son seres infinitamente incómodos. Jamás acaban de abandonarnos, allá donde estemos, o vayamos, ellos siempre nos acompañan. Nunca les perdemos el rastro, son nuestros ángeles custodios, incluso, en sueños, reaparecen para colocarnos bien el embozo de las sábanas.
Los muertos son agujas diminutas que se introducen en nosotros, recorren nuestro cuerpo a través de los sentimientos, y pasan a formar parte de lo que somos. Si comemos, ellos se sientan junto a ti para probar lo que comes. Si bebes, has de poner una copa más para que se sirvan. No se te ocurra sacar los dulces, ni mucho menos, los sabrosos frutos secos, porque a los muertos, a los seres queridos que se han ido, no hay una cosa que más les guste.
Los muertos son seres maravillosamente imaginativos. Se transforman en mil maneras figurativas para pasar desapercibidos. Caminan a nuestro alrededor con los pies de puntillas, como gráciles bailarinas, para no despertarnos de nuestro real y pesado sueño.
Unas veces se mezclan con los objetos, otras se transforman en bellos reflejos dorados, pero la mayoría de las veces, se esconden detrás de los espejos. Ellos saben, a la perfección, el lugar exacto donde acudimos los vivos a interrogarnos, dónde resolvemos los conflictos existenciales, y dónde celebramos nuestros juicios morales.
Hay muertos que son como espinas. En cambio, hay otros que huelen a gominolas, a hierba recién cortada, al humo blanco de la chimenea.
Su recuerdo nos persigue como el aroma de aquella colonia de baño con la que nos refrescaban nuestras madres, como la sombra fiel que no nos abandona, incluso, los días en que el sol no luce.
Forman parte de los vivos, de nuestro destino, no saben vivir sin nosotros. Temen desaparecer, definitivamente, el día que faltemos, y eso les horroriza. Saben que su presencia es debida gracias a nosotros, a nuestros recuerdos. Somos la llave que da cuerda a su existir, sin nosotros, quizás ellos no vivirían en su muerte, no saltarían vallas, ni muros, ni árboles, ni tejados, no serían perceptibles, estarían difuminados en el espacio.
Los muertos son seres infinitamente incómodos. No saben vivir lejos de los vivos.
DULCES VOCES
Las voces más dulces son aquellas que siempre callaron, aquellas que sólo
en un corazón afligido lúgubres resuenan.
En los sueños vienen medrosas y humildes las voces melancólicas
trayendo a nuestro débil recuerdo
muertos queridos que la fría tierra cubre para quienes la luz
risueña jamás brilla, ni las primaveras florecen.
Suspiran las voces melodiosas; y en el alma resuena la primera poesía
de nuestra vida -como, en la noche, una música lejana.
Cavafis
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