Constantino Petros Fotiadis Cavafis nació en Alejandría (Egipto), el 29 de abril de 1863, y moriría en la misma ciudad, el 29 de abril, pero de 1933, victima de un cáncer de laringe.
Era el menor de una larga familia de nueve hermanos, e hijo de un acaudalado comerciante de algodón y de una madre aristocrática.
La educación infantil la recibió en Inglaterra, lugar al que se trasladaron tras la muerte del padre, siendo tal el dominio del inglés, que los primeros intentos poéticos los realizó en esa lengua. No sería hasta su regreso a Alejandría, cuando Cavafis aprenda a fondo el griego y termine su educación escolar en una escuela griega.
La ruina del negocio familiar hace que los hermanos reorganicen sus vidas, unos con más acierto que otros. El poeta tiene que trabajar gratis en una oficina estatal a la espera de conseguir un puesto fijo y remunerado, cosa que no conseguiría hasta tres años después, 1892, donde se quedará como un oscuro funcionario durante treinta años.
A partir de ese momento la vida de Cavafis transcurre tranquila, alterada sólo por algunos viajes realizados a París, Londres y Atenas.
Poco a poco el poeta se va quedando solo tras las sucesivas muertes de sus familiares, reduciendo sus relaciones únicamente al contacto con el restringido círculo de amigos, hasta la hora de su muerte.
En la obra de Cavafis habría que destacar dos rasgos característicos que constituyen un caso único en la literatura neogriega:
- El primero, el carácter aislado de su producción poética en relación con el ambiente y peculiaridades de los autores griegos coetáneos.
- Segundo, por las características personales de la lengua en que el poeta compone su obra.
La poesía de Cavafis tiene también el valor de conseguir la expresión de la complejidad de los sentimientos humanos. Este aspecto psicológico de la complejidad humana es reflejardo perfectamente por el autor, con un dominio tal que le permite acudir a salidas de un fino humor, no exento de cierta gravedad agresiva. Esto contrasta con la actitud resignada, incluso fatalista, con que acepta los efectos de su personalidad ambigua y atormentada.
Cavafis fue excéntrico hasta para la publicación de su propia obra. De hecho parece que no le preocupaba su fama literaria, ya que, a pesar de que escribía bastante, era muy poco lo que conservaba y publicaba.
Las fechas de sus poemas no suelen coincidir con las de la publicación de éstos.
Pulía sus versos continuamente hasta lograr la forma que consideraba adecuada. Los poemas que pasaban esa minuciosa criba los hacía circular entre sus hermanos y amigos, en espera de sus indicaciones. Más tarde, tras esa última depuración, sólo aquellas piezas que le parecían más logradas y adecuadas, las mandaba imprimir en hojas sueltas que regalaba a todo aquel que las solicitaba.
Para concluir, decir que la poesía de Cavafis comenzó a ser conocida tras la publicación de los ciento cincuenta y cuatro poemas que el autor, al final de su vida, consideró dignos de este destino póstumo. El resto de su creación no aparece hasta 1968, y aún así, de forma incompleta.
LA CIUDAD
Dijiste: “Iré a otra tierra, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de haber mejor que ésta.
Cada esfuerzo mío es una condena dictada;
y mi corazón está –como un muerto- enterrado.
¿Hasta cuándo estará mi alma en este marasmo?
Adonde vuelva mis ojos, adonde quiera que mire
veo aquí las negras ruinas de mi vida,
donde pasé tantos años que arruiné y perdí.”
No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas
calles. Y en los mismos barrios te harás viejo;
y entre las mismas paredes irás encaneciendo.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otra tierra –no lo esperes-
no tienes barco, no hay camino.
Como arruinaste aquí tu vida,
en este pequeño rincón, así
en toda la tierra la echaste a perder.
LOS SABIOS SABEN LO QUE SE AVECINA
(Pues los dioses saben el futuro; los hombres, el presente, y los sabios lo que se avecina.)
Filóstrato
Los hombres conocen el presente.
El futuro lo conocen los dioses,
únicos dueños absolutos de todas las luces.
Pero del futuro, los sabios captan
lo que se avecina. En ocasiones
su oído, en las horas de honda reflexión,
se sobresalta. El secreto rumor
les llega de hechos que se acercan.
Y a él atienden reverentes. Mientras en la calle,
fuera, el vulgo nada oye.
FIN
En medio del temor y las sospechas,
con la mente trastornada y los ojos espantados,
nos consumimos y planeamos cómo hacer
por escapar del seguro
peligro tan atroz que nos acecha.
Y, sin embargo, en qué error estamos, el peligro
no está en nuestro camino.
Eran mentiras las noticias
(o no las escuchamos o las entendimos mal).
Otra desgracia que no sospechábamos,
súbita, fulminante se abate sobre nosotros,
y desprevenidos –ya no hay tiempo- nos arrastra.
MONOTONÍA
A un día monótono sigue
otro monótono, idéntico. Ocurrirá
lo mismo, de nuevo volverá a ocurrir-
instantes iguales nos encuentran y nos dejan.
Un mes pasa y trae otro mes.
Lo que viene, cualquiera fácilmente lo adivina:
es aquella pesadez del ayer,
y en mañana se convierte cuando no parece ya un mañana.
MUY RARA VEZ
Es un viejo. Exhausto y derrotado,
arruinado por la edad y los excesos,
con su andar lento cruza la calleja.
Mas cuando entra en su casa por esconder
su miseria y su vejez, piensa en lo que
aún le resta de juventud.
Unos muchachos recitan ahora sus versos.
Por sus ojos vivaces pasan las que fueron sus visiones.
Su alma sana, voluptuosa,
su carne armoniosa, prieta,
vibran con su expresión de la belleza.
EN LA TIENDA
Las envolvió con cuidado, ordenadamente,
en delicada seda verde.
Rosas de rubíes, lirios de perlas,
violetas de amatistas. Tal como las quiso
las aprecia, las ve hermosas, no como las vio
o las estudió al natural. Las guardará en la caja,
son una muestra de su trabajo audaz y habilidoso.
Cuando en la tienda entra un comprador
saca de los estuches otras joyas –maravillosas- y vende
pulseras, cadenas, collares y sortijas.
VUELVE
Vuelve muchas veces y tómame,
sensación amada, vuelve y tómame,
cuando el recuerdo del cuerpo despierta
y un viejo deseo recorre la sangre;
cuando los labios y la piel recuerdan
y sienten las manos como si de nuevo palparan.
Vuelve muchas veces y tómame en la noche,
cuando los labios y la piel recuerdan...
ME FUI
Nada me ató. Me liberé de todo y me fui.
A placeres que, medio reales,
medio soñados, rondaban en mi alma,
me fui en la noche iluminada.
Y de los más fuertes vinos bebí, como
del que beben los héroes del placer.
COMPRENSIÓN
Los años de mi juventud, mi vida de placer,
con cuánta claridad veo ahora su sentido.
Qué inútiles remordimientos, qué estériles...
Pero no veía entonces el sentido.
En medio de mi vida disoluta de juventud
iban formándose las tramas de mi poesía,
se iba dibujando el contenido de mi arte.
Por ello jamás hubo firmes arrepentimientos.
Y los empeños por dominarme, por cambiar
duraban dos semanas a los más.
UN VIEJO
En el fondo de un bullicioso café,
inclinado sobre la mesa, está sentado un viejo;
con un periódico delante, sin compañía.
Y en el abandono de su triste vejes,
medita cuán poco gozó de los años
en que aún tenía vigor, verbo y belleza.
Sabe que ha envejecido mucho; lo siente, lo ve.
Y, sin embargo, el tiempo en que fue joven le parece
ayer. ¡Qué poco tiempo hace, qué poco tiempo!
Ve cómo de él se burló la Prudencia
y cómo en ella fió siempre -¡qué locura!-
que falaz decía: “Mañana. Tienes mucho tiempo.”
Recuerda impulsos que contuvo y tanto
gozo como sacrificó. Cada ocasión perdida
se burla ahora de su sensatez sin seso.
...Pero de tanto pensar y recordar,
el viejo cae aturdido. Y se duerme
apoyado en la mesa del café.
OLVIDO
Encerradas en un invernadero,
bajo los cristales, las flores olvidan
cómo es la luz del sol
y cómo sopla, al pasar, la húmeda brisa.
SUMA
No considero si soy feliz o desdichado.
Pero siempre pienso con alegría una cosa:
que en la gran suma (esa suma que detesto)
que tantos números tiene, no soy yo
uno de los muchos sumandos. No fui contabilizado
en el total. Y me basta esa alegría.
ITACA
Cuando emprendas el viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni al colérico Posidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Posidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos antes nunca vistos.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes voluptuosos,
cuantos más abundantes perfumes voluptuosos puedas.
V e a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en tu pensamiento.
Tu llegada allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguardar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.
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