FIN Y PRINCIPIO
Después
de cada guerra
alguien
tiene que limpiar.
No se
van a ordenar sola las cosas,
digo
yo.
Alguien
debe echar los escombros
a la
cuneta
para
que puedan pasar
los
carros llenos de cadáveres.
Alguien
debe meterse
entre
el barro, las cenizas,
los
muelles de los sofás,
las
astillas de cristal
y los
trapos sangrientos.
Alguien
tiene que arrastrar una viga
para
apuntalar un muro,
alguien
poner un cristal en la ventana
y la
puerta en sus goznes.
Eso de
fotogénico tiene poco
y
requiere años.
Todas
las cámaras se han ido ya
a otra
guerra.
A
reconstruir puentes
y
estaciones de nuevo.
Las
mangas quedarán hechas jirones
de
tanto arremangarse.
Alguien
con la escoba en las manos
recordará
todavía cómo fue.
Alguien
escuchará
asintiendo
con la cabeza en su sitio.
Pero a
su alrededor
empezará
a haber algunos
a
quienes les aburra.
Todavía
habrá quien a veces
encuentre
entre hierbajos
argumentos
mordidos por la herrumbre,
y los
lleve al montón de la basura.
Aquellos
que sabían
de qué
iba aquí la cosa
tendrán
que dejar su lugar
a los
que saben poco.
Y menos
que poco.
E
incluso prácticamente nada.
En la
hierba que cubra
causas
y consecuencias
seguro
que habrá alguien tumbado,
con una
espiga entre los dientes,
mirando
las nubes.
De “Fin
y Principio”, Hiperión, 1998
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