UNA
CELEBRACIÓN
El hilo de la historia cayó al piso, así que
me agaché para buscarlo. Era una de esas festividades patrióticas, y lo único
que alcanzaba a ver eran zapatos importados y botas militares.
Una vez, sentada en el tren, una afgana
quien nunca había estado en Afganistan, me dijo: “La victoria es posible”. ¿Es
eso una profecía? Le quise preguntar, pero mi persa se limitaba a lo que
aprendí en los textos de la escuela, y ella me miró, mientras la escuchaba,
como si estuviese buscando en un armario cuyo dueño fue consumido en un
incendio.
Supongamos que el pueblo llega en masa a la
plaza. Supongamos que el pueblo no es una palabra obscena y que comprendemos el
significado de la expresión “la masa”. Entonces díganme ¿cómo han aparecido
todos esos perros de la policía acá? ¿quién los cubrió con las coloreadas
máscaras del partido? Y más importante aun, ¿dónde está el hilo que separa las
banderas de los paños menores, los himnos de los anatemas, a Dios de sus
criaturas -aquellas que pagan impuestos para deambular por la tierra?
Celebración. Como si nunca hubiese
pronunciado esa palabra. Como si saliese de un diccionario griego en el que los
espartanos victoriosos retornan a sus hogares con sangre persa aun fresca en
sus lanzas y sus escudos.
Puede que no haya existido ese tren, ni la
profecía, ni la afgana sentada a mi lado por dos horas. En ocasiones, para
matar el tiempo, Dios permite que nuestra memoria se descarrile. Lo que puedo
decir desde acá abajo, entre los zapatos y las botas militares, es que nunca sabré con certeza quién triunfó
sobre quién.
(Traducción
de Frank Báez y la autora)
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