El pasado sábado se cumplieron 10 años del fenómeno 15-M., un movimiento social que surgió a raíz (o como consecuencia) de la crisis económica de 2008, en la que los feroces recortes sociales que el gobierno de turno aplicó (en este caso del PSOE, presidido por el “muy izquierdoso” José Luis Rodríguez Zapatero), las continuas noticias de saqueo del dinero público, la ineficacia parlamentaria y el hartazgo político, impulsó casi espontáneamente a muchos sectores de la sociedad a salir a la calle a gritar ¡Basta!.
Al principio fue una bocanada de aire fresco que ilusionó a más de uno en el país y que puso en crisis a más de un partido político de entonces. Luego, con el paso de las semanas, el aire comenzó a ser menos puro, los espabilados de turno vieron la posibilidad de sacar tajada de esta movida y se pusieron en marcha. Surgieron dos nuevos partidos que venían (repetían una y otra vez) a regenerar la vida política del estado, a terminar con la “casta”, a solucionar todos los problemas que los viejos gobernantes habían creado.
¿Y qué tenemos hoy?: una nueva sociedad frustrada que ha visto cómo no sólo no se ha solucionado nada de lo que les motivó a salir entonces a la calle, sino que ha empeorado la situación: los jóvenes siguen sin casa, sin curro –y los que los consiguen, con peores condiciones económicas y laborales que antes-, las pensiones cada vez más dificultosas, la enseñanza pública por los suelos, y –para colmo- sufrimos una maldita pandemia que nos ha recordado lo vulnerables que somos y que ha puesto al descubierto que la tan “maravillosa” y cacareada salud pública de la que tanto presumían nuestros dirigentes era una solemne mentira, la “casta” se perpetúa, y -lo que es mucho más grave-, se amplía. Aquellos que vinieron a cambiar la política han sido engullidos por ella y hoy -¡en tan poco tiempo!- los vemos integrados en el sistema que decían combatir, alejados de las hermosas promesas que prometían y confiados en dar el salto hacia el partido “carca” que los acoja para poder consolidar el nuevo paraíso social que han descubierto y del que tanto despotricaban.
Para concluir, decir que no fallan las teorías políticas, ni las religiones, ni las ideas, lo que falla –y que a muchos les cuesta reconocer- es el hombre, ese animal bípedo, egocéntrico y egoísta que arroya todo lo que encuentra a su paso, incluso a su propio hermano.
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