Inesperadamente, la familia ha aumentado. Ocurrió por primavera. Un día, de pronto, una diminuta forma, con aspecto de garabato infantil, se arrastraba, huidiza, por las lozas templadas del patio.
Aunque la primera impresión fue de sorpresa, al instante identifiqué al nuevo intruso: era una cría de Lagartija común (Podarcis hipánica) que ha “decidido” compartir, por unos meses, su vida con nosotros. No sabemos como ha llegado hasta aquí, ni cómo prosperará en este espacio desnaturalizado, pero su visita nos ha regocijado.
Al principio temimos por su supervivencia; desconocíamos de qué se alimentaban estos pequeños reptiles, pero con el paso del tiempo hemos comprobado que se busca la vida perfectamente, sin necesidad de que nosotros le proporcionemos ninguna ayuda.
Han pasado casi seis meses y no se acostumbra a nuestra presencia. Cuando salimos al patio, escapa disparada, con sus cortas patas y arrastrando el vientre, hacia la seguridad de su escondrijo. Luego, cuando llevamos algún rato en él, parece como que adquiriera confianza y se atreve a corretear entre nuestras piernas, sin importarle lo que hagamos ni hablemos. Da la impresión de que nos haya aceptado, ¡vana creencia!, sólo basta hacer algún extraño movimiento, por ejemplo, levantarnos de la silla, para que salga de nuevo huyendo.
A nosotros nos gusta que siga siendo esquiva, natural, salvaje, lagartija, y que no se convierta en una mascota más de los hombres. Tiene plena libertad para moverse por la parte de la casa que quiera y por instinto, así lo hace. Algunas veces se ha atrevido a penetrar en el interior de la vivienda y explorar el mundo arcano que ésta encierra, incluso, cuando estoy en el estudio, lo ha invadido, subiendo al sillón, tal como haría un pequeño gatillo que buscara el confort que le proporciona el calor de su amo. La muy esquiva ha sido capaz de superar el temor que los humanos le inspiramos y ha recorrido los lugares del sillón más cercanos a mí, así la he tenido próxima a mis brazos, también pegada a la cabeza, correteando a su antojo por el nuevo espacio, como una verdadera desvergonzada.
A cambio, nosotros recibimos la agradable satisfacción de observarla. La vamos viendo crecer por semanas. También percibimos el crecimiento de la cola, puesto que debido a algún accidente, carecía de ésta al principio. Ya sabemos que no come hormigas, como habíamos creído y nos habían dicho. Su alimento suelen ser pequeños insectos: arañas, moscas, mosquitos, larvas, ect.
Después del tiempo transcurrido, nos extraña que aún siga entre nosotros. Podríamos capturarla y soltarla posteriormente en el campo, pero hemos decidido que sea ella quien tome la decisión, el día que lo prefiera que emprenda el viaje a la naturaleza, mientras tanto seguiremos disfrutando con el grácil y emocionante correteo de nuestro nuevo miembro familiar.
Aunque la primera impresión fue de sorpresa, al instante identifiqué al nuevo intruso: era una cría de Lagartija común (Podarcis hipánica) que ha “decidido” compartir, por unos meses, su vida con nosotros. No sabemos como ha llegado hasta aquí, ni cómo prosperará en este espacio desnaturalizado, pero su visita nos ha regocijado.
Al principio temimos por su supervivencia; desconocíamos de qué se alimentaban estos pequeños reptiles, pero con el paso del tiempo hemos comprobado que se busca la vida perfectamente, sin necesidad de que nosotros le proporcionemos ninguna ayuda.
Han pasado casi seis meses y no se acostumbra a nuestra presencia. Cuando salimos al patio, escapa disparada, con sus cortas patas y arrastrando el vientre, hacia la seguridad de su escondrijo. Luego, cuando llevamos algún rato en él, parece como que adquiriera confianza y se atreve a corretear entre nuestras piernas, sin importarle lo que hagamos ni hablemos. Da la impresión de que nos haya aceptado, ¡vana creencia!, sólo basta hacer algún extraño movimiento, por ejemplo, levantarnos de la silla, para que salga de nuevo huyendo.
A nosotros nos gusta que siga siendo esquiva, natural, salvaje, lagartija, y que no se convierta en una mascota más de los hombres. Tiene plena libertad para moverse por la parte de la casa que quiera y por instinto, así lo hace. Algunas veces se ha atrevido a penetrar en el interior de la vivienda y explorar el mundo arcano que ésta encierra, incluso, cuando estoy en el estudio, lo ha invadido, subiendo al sillón, tal como haría un pequeño gatillo que buscara el confort que le proporciona el calor de su amo. La muy esquiva ha sido capaz de superar el temor que los humanos le inspiramos y ha recorrido los lugares del sillón más cercanos a mí, así la he tenido próxima a mis brazos, también pegada a la cabeza, correteando a su antojo por el nuevo espacio, como una verdadera desvergonzada.
A cambio, nosotros recibimos la agradable satisfacción de observarla. La vamos viendo crecer por semanas. También percibimos el crecimiento de la cola, puesto que debido a algún accidente, carecía de ésta al principio. Ya sabemos que no come hormigas, como habíamos creído y nos habían dicho. Su alimento suelen ser pequeños insectos: arañas, moscas, mosquitos, larvas, ect.
Después del tiempo transcurrido, nos extraña que aún siga entre nosotros. Podríamos capturarla y soltarla posteriormente en el campo, pero hemos decidido que sea ella quien tome la decisión, el día que lo prefiera que emprenda el viaje a la naturaleza, mientras tanto seguiremos disfrutando con el grácil y emocionante correteo de nuestro nuevo miembro familiar.
Felicidades, me encantó la narración. He de decir qeu en mi casa , tenemos la suerte de contar con una familia de lagartijas, y al igual que a ud. nos fascina su presencia y nos alegra la vida.
ResponderEliminarGracias por su comentario... Es curioso cómo un diminuto ser pueda hacernos tan felices.
ResponderEliminarUn saludo.