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martes, 1 de noviembre de 2011

Halloween entierra a nuestros muertos



La idiotez invade el país. Cada día compruebo con más estupor, cómo las cosas más absurdas y frikis nos invaden. No es que hayamos destacado por ser excesivamente ingeniosos durante la historia, pero al menos, antes de que las películas norteamericanas nos invadieran y los “modernísimos” se pusieran manos a la obra, el país conservaba casi intactas las tradiciones centenarias. Y no es que yo sea un intransigente conservador al que le enloquece revolcarse en las viejas costumbres, pero puestos a escoger, uno prefiere celebrar el día de Navidad, antes que el día de acción de gracias; prefiero que sigan trayendo los juguetes los Reyes Magos, a que lo haga el gordito de la Coca-Cola; y, por supuesto, prefiero llevarle flores –aunque sea sólo una vez al año- a mis queridos muertos, que vestirme de payaso y salir a la calle a pedir caramelos.

No sé qué le ocurre a esta sociedad. La noto cada día más superficial y vacía. Todo lo que suponga cachondeo es acogido al momento. Nada importan los cinco millones de parados, el millón y pico de familias que no ingresan ni un euro en la casa, el peligro que se avecina con la victoria electoral de Rajoy. Nada duele. Nada nos detiene.

Así, poco a poco, nos vamos hundiendo. Nos vamos convirtiendo en seres comatosos que sólo necesitamos para sobrevivir, sabernos vivos. Lo demás es superfluo. No sirve para nada profundizar, la ordinariez es el alimento que nos mantiene calamitosamente en pie.

En este momento, cuando el sol acaba de hundirse por occidente, la noche pacífica de otros días está siendo adulterada por el estallido de petardos y cohetes. No sé de donde ha venido esta moda. Desde hace un tiempo, a falta de originalidad para mostrar tu contento, el sucedáneo es el petardazo. Incluso en Navidad, ha sido el sustituto de la pandereta y la zambomba. Ya no suenan los coros de campanilleros por las calles de mi Andalucía, ni huelen las casas a los dulces que las madres hacían para la ocasión. Ya no se escuchan villancicos y los pocos que se oyen, mejor no hacerlo: son ñoñas canciones norteamericanas.

Mañana, nuestros muertos, estarán un poco más muertos. Pocos serán los que acudan a limpiarles la tumba, cambiarles las flores secas, quitarles los jaramagos que en los extremos han crecido y, de paso, contarles, en voz baja, cómo van los asuntos de la familia. ¡Hace tanto frío allá abajo, que no les vendría mal un poco de ternura! Por un día les hará bien que les miremos, fijamente, a los ojos de esa fotografía que depositamos hace bastantes años sobre su tumba.
Recuerdo, cómo el cuarto de mi madre se transformaba en noviembre en una capilla. Sobre la mesita de noche, junto a las fotos de los seres desaparecidos, un pequeño vaso de agua, con algo de aceite, contenía la luminaria que desprendían varias mariposas encendidas. Aquella luz se mantenía viva –siempre me pareció un milagro- durante todo el mes noviembre. Jamás la vi por un instante apagada. Daba la impresión que de su luz dependía la conexión extraterrenal con los seres desaparecidos, los parientes queridos que se fueron.


Y hoy ¿qué tenemos? No nos queda casi nada. Estamos tan menguados, tan vacíos, tan huecos, que celebramos una fiesta extranjera, lejana, carnavalesca, chirriante, de mal gusto y payasa. Son cosas de la “modernidad”, imitaciones sociales de la cinematografía. Como somos tan supermodernos y estamos tan escasos de personalidad, llegará el día en que –a imitación del Gran Imperio- acabemos celebrando –también- el día de acción de gracias, aunque la mayoría no sepa qué celebra.

Y los petardos siguen tronandos. ¿Es que son necesarios?

2 comentarios:

  1. Abierta la gran autovía por la que circulan todo tipo de imposiciones, perdón por lo de imp., aquí nadie impone nada, simplemente colocan la canción, una y otra y otra vez hasta que poco a poco, penetra en lo más profundo de tu cerebro y comienzas a tatarearla.
    Esto Manolo, y tú lo sabes, es lo que toca.

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  2. Pero me gustaría que fuésemos algo más impermeable, para lo que "nos" interesa, sí que lo somos.

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