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miércoles, 2 de noviembre de 2011

Rafael Lozano: "Hay un mar y un cielo"










Sé bien que no derribará barreras, ni servirá para consolar a una dolorida mujer en sus ratos de soledades. Tampoco animará a un pueblo a destronar a sus tiranos, ni a recomponer las tristezas de los corazones rotos. Sé que no llenará las barriguitas vacías de los niños desfallecidos de hambres, ni servirá para curar a los desafortunados en amores. Tal vez sea una cursilada. Quizás una arrogancia desmesurada, un adorno innapropiado, pero es que, cuando algo sale del interior, de ese apartado lugar que sulen mal llamar, alma, aunque sea el acto más desastroso y abominable del mundo, para el que lo da a luz, para el que lo escribe, es el hijo más bello y querido. Así, el poema más terrible, más detestable, peor construido, menos sonoro, para su autor, el poema más horroroso del mundo, se puede convertir en la cración más perfecta del universo.
Y es que, el otoño, incita a estos menesteres. Uno no acaba de superar el gran espectáculo que supone observar, tras las ventanas, los grandes nubarrones grises que se abrazan al horizonte, ni la sonora sinfonía que produce, las gotas de lluvia golpeando los cristales. ¡Ese si que es todo un poema de otoño!

 


Hay un mar y un cielo

 

Hay un mar y un cielo, donde se recogen las almas doloridas.
El mar son tus ojos,
el cielo, mi angustia.
Hay una estación, vacía, sin trenes ni pasajeros,

un andén, una maleta y mil anuncios en las paredes.
El sol ha salido lleno de encono,
pero los graffitis colorean las jornadas de los obreros
para hacerles más llevadera su joroba,
pero en las noches, cuando el cuarto menguante aparece,

las tabernas rebosan de espantosos deseos evanescentes.
No hay lagartos por la calle.
Tampoco se atreve a salir la salamandra.

Todo está lleno de quinquis y de grises,

de putas hambrientas por contagiarte el sida,

de amores esquemáticos y carias huecas.
La inmensidad del mundo

no es más que la imposibilidad de mis deseos,
la escasez de tus caricias,
la exigencia de tu sufrimiento.

Hay un mar de propósitos

y un cielo de quieturas,
un halo de ternuras insufribles

y un camastro desvencijado donde me deshilacho.

Entre los cuatro me desenvuelvo,
a un paso de cada uno me encuentro.
El mar, es un precipicio de deseos,

el cielo, una nube donde cabalgo,
el halo, el vestido con el que me disfrazo,
y el camastro, el hueco tibio de tus brazos, donde me refugio.







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