Muchos creen que por el mero hecho de depositar un papelucho en las urnas, por contribuir con el esperpéntico circo que los dos grandes partidos han montado, en definitiva, por comportarse como buenos ciudadanos, el próximo lunes 21 de noviembre todos los males del país se habrán solucionado.
Es asombrosa la simplificación en la que caen una gran parte de los ciudadanos. Posiblemente sea una táctica para evitar el sufrimiento, la depresión o el suicidio, pero al fin y al cabo no es más que una postura escapista. El pueblo no quiere problemas, esa es su consigna más conocida. En ella coinciden la mayoría, ya sean votantes del PP, del PSOE, de Izquierda Unida, o de cualquier otra formación votada. No quieren problemas.
Pensar, hasta les da miedo. Actúan como los insectos, en enjambres: donde va el primero, allá van todos. No importa que el lugar al que se encaminan sea una trampa donde van a perder la vida, les da igual, su cerebro no admiten disquisiciones y les es más cómodo dejarse llevar por los vientos que soplan.
Ahora toca votar PP, aunque nos machacó hace tan sólo ocho años. Dentro de poco, cuando la crisis persista, tocará votar al PSOE, del que han salido corriendo, como si de un apestado se tratase, pero su memoria, su magistral y selectiva memoria les hará funcionar como si fuesen nuevas formaciones políticas que jamás han tenido responsabilidades en la gestión del país.
Después del 20-N, lo peor está por llegar. La política neoliberal que han empleado los “socialdemócratas” será un bálsamo al lado de la que aplicarán los “peperos”. No hay más que echar una ojeada a los Ayuntamientos y Comunidades Autónomas donde gobiernan éstos. ¿Tan ciego hay que estar para no darse cuenta?
El verdadero programa del PP está en la parte no escrita, en lo que callan, en lo que se cuidan no pronunciar en esos actos circenses donde sólo falta –para que se parezca a un verdadero espectáculo romano-, el gladiador y la fiera, porque la reacción del público no puede ser más parecida.
Ahí es donde está el verdadero peligro para el estado del bienestar que hasta hace unos meses disfrutábamos los ciudadanos. Votar a un partido que defiende los intereses de los banqueros, de los grandes terratenientes y los grandes empresarios del país, es, por no decir una burrada, una gran pasada. Porque ¿Cómo pretende un simple trabajador que, el que lo explota en la fábrica, en la oficina, en el almacén, en el banco, venga ahora a salvarlo?
A Rajoy se le acaba el tiempo. Es decir, a la economía española se le acaba el tiempo y es él quien tiene que gestionarlo. Los mercados no esperan más y el que será el nuevo presidente del país lo tiene claro: o actúa con contundencia –o sea, recorta hasta correr el riesgo de amputarse los dedos-, o se produce en pocos meses un nuevo golpe de estado, incruento, solapado –como los de Italia y Grecia-, pero en definitiva, golpe de estado. A los mercados les importa un pimiento la democracia, los votos y hasta los políticos. El dinero sólo entiende de resultados y si éstos no les sirven para lograr sus objetivos, son “aniquilados”.
Uno habla con la gente y nota cierto optimismo por el correctivo que va a recibir el partido que no ha sabido gestionar la crisis, ignorando –esa es mi impresión- que huyendo de un chucho van a caer en las fauces de un lobo. Como sentencia el dicho: Salir de Poncio para caer en Pilatos.
Después del 20-N, en poco tiempo, empezaremos a padecer las consecuencias de vuestro desquiciado voto. Pero no importa, aquí el que no se consuela es porque no quiere. Los prácticos, los positivistas, los resueltos no tendrán ningún problema. Pronto –si los mercados lo permiten- habrá unas nuevas elecciones y tendrán la posibilidad de votar al que han echado, de esa manera intentarán solucionar de nuevo "su problema" y de paso, habrán cumplido con su sagrado deber de ciudadano.
Es asombrosa la simplificación en la que caen una gran parte de los ciudadanos. Posiblemente sea una táctica para evitar el sufrimiento, la depresión o el suicidio, pero al fin y al cabo no es más que una postura escapista. El pueblo no quiere problemas, esa es su consigna más conocida. En ella coinciden la mayoría, ya sean votantes del PP, del PSOE, de Izquierda Unida, o de cualquier otra formación votada. No quieren problemas.
Pensar, hasta les da miedo. Actúan como los insectos, en enjambres: donde va el primero, allá van todos. No importa que el lugar al que se encaminan sea una trampa donde van a perder la vida, les da igual, su cerebro no admiten disquisiciones y les es más cómodo dejarse llevar por los vientos que soplan.
Ahora toca votar PP, aunque nos machacó hace tan sólo ocho años. Dentro de poco, cuando la crisis persista, tocará votar al PSOE, del que han salido corriendo, como si de un apestado se tratase, pero su memoria, su magistral y selectiva memoria les hará funcionar como si fuesen nuevas formaciones políticas que jamás han tenido responsabilidades en la gestión del país.
Después del 20-N, lo peor está por llegar. La política neoliberal que han empleado los “socialdemócratas” será un bálsamo al lado de la que aplicarán los “peperos”. No hay más que echar una ojeada a los Ayuntamientos y Comunidades Autónomas donde gobiernan éstos. ¿Tan ciego hay que estar para no darse cuenta?
El verdadero programa del PP está en la parte no escrita, en lo que callan, en lo que se cuidan no pronunciar en esos actos circenses donde sólo falta –para que se parezca a un verdadero espectáculo romano-, el gladiador y la fiera, porque la reacción del público no puede ser más parecida.
Ahí es donde está el verdadero peligro para el estado del bienestar que hasta hace unos meses disfrutábamos los ciudadanos. Votar a un partido que defiende los intereses de los banqueros, de los grandes terratenientes y los grandes empresarios del país, es, por no decir una burrada, una gran pasada. Porque ¿Cómo pretende un simple trabajador que, el que lo explota en la fábrica, en la oficina, en el almacén, en el banco, venga ahora a salvarlo?
A Rajoy se le acaba el tiempo. Es decir, a la economía española se le acaba el tiempo y es él quien tiene que gestionarlo. Los mercados no esperan más y el que será el nuevo presidente del país lo tiene claro: o actúa con contundencia –o sea, recorta hasta correr el riesgo de amputarse los dedos-, o se produce en pocos meses un nuevo golpe de estado, incruento, solapado –como los de Italia y Grecia-, pero en definitiva, golpe de estado. A los mercados les importa un pimiento la democracia, los votos y hasta los políticos. El dinero sólo entiende de resultados y si éstos no les sirven para lograr sus objetivos, son “aniquilados”.
Uno habla con la gente y nota cierto optimismo por el correctivo que va a recibir el partido que no ha sabido gestionar la crisis, ignorando –esa es mi impresión- que huyendo de un chucho van a caer en las fauces de un lobo. Como sentencia el dicho: Salir de Poncio para caer en Pilatos.
Después del 20-N, en poco tiempo, empezaremos a padecer las consecuencias de vuestro desquiciado voto. Pero no importa, aquí el que no se consuela es porque no quiere. Los prácticos, los positivistas, los resueltos no tendrán ningún problema. Pronto –si los mercados lo permiten- habrá unas nuevas elecciones y tendrán la posibilidad de votar al que han echado, de esa manera intentarán solucionar de nuevo "su problema" y de paso, habrán cumplido con su sagrado deber de ciudadano.
Totalmente de acuerdo con lo expuesto aqui, no porque entre Rajoy se va a solucionar todo esto, aún nos queda un largo peregrinar y tropezar con bastantes desniveles antes que el panorama cambie.
ResponderEliminarLo tengo claro... desde los 18 años opté por un ideal y no lo voy a cambiar, creame que cuando una tiene una ideologia, es dificil que se cambie la chaqueta, por más que lo dicten las corrientes del momento ¡votaré el domingo !.Salu2.
Edy, el problemas en sí, no es ir a votar, el problema es a quien se vota. Uno puede tener ideología, es más, tendría que tenerla, por ese motivo no debería votar a un partido que la traiciona tan descaradamente.
ResponderEliminarUn saludo también para ti.