Uno está acoplado en la playa tranquilo, despreocupado,
descansando del “duro” peregrinar de la mañana por bares y tabernas de Sanlúcar, sin más
mundo que sufrir que el que te enmarca el horizonte, y de pronto se cruza entre
tu inane cuerpo y Doñana, la silueta de un pequeño crucero que baja de Sevilla
con un buen puñado de aguerridos pasajeros que han optado por torrarse un poco por las calurosas y
desiertas calles de una ciudad que, en esta época de canícula, sólo son capaces de recorrer
ellos, los guiris, y los sufridos currelas que no han podido marcharse por razones laborales, en el mejor de los casos, o económicas, que ya es peor.
O el trasiego de cargueros repletos de contenedores que suben y bajan, todos con destino o procedencia del único puerto fluvial de España, a más de 80 kilómetros de la costa, puerto que ya fue utilizado al inicio de nuestra Era por los colonizadores romanos para abastecer de vinos, aceites, granos, etc. a la Roma Imperial, testigo que recogió la Castilla imperialista allá por el siglo XVI, para el tráfico comercial con las nuevas tierras que ocuparon en América.
Y es que el Guadalquivir siempre fue la “autopista” que, desde el Atlántico, comunicaba a Sevilla con el mar. De hecho tiene comandancia de Marina y, en tiempo pretérito, los nacidos en esta ciudad de interior estaban obligados a “servir a la Patria” en éste cuerpo, igual que un donostiarra, onubense o santanderino.
O el trasiego de cargueros repletos de contenedores que suben y bajan, todos con destino o procedencia del único puerto fluvial de España, a más de 80 kilómetros de la costa, puerto que ya fue utilizado al inicio de nuestra Era por los colonizadores romanos para abastecer de vinos, aceites, granos, etc. a la Roma Imperial, testigo que recogió la Castilla imperialista allá por el siglo XVI, para el tráfico comercial con las nuevas tierras que ocuparon en América.
Y es que el Guadalquivir siempre fue la “autopista” que, desde el Atlántico, comunicaba a Sevilla con el mar. De hecho tiene comandancia de Marina y, en tiempo pretérito, los nacidos en esta ciudad de interior estaban obligados a “servir a la Patria” en éste cuerpo, igual que un donostiarra, onubense o santanderino.
Pero volviendo al principio, Sanlúcar depara estas
pintorescas sorpresas. Son el colofón a una serie de atractivos que bien poseen
y que nunca se agotan, y que confirman que a la hora de elegir un lugar donde escapar
del insufrible verano, esta ciudad es un destino acertado: su monumentalidad,
el ambiente, la inabarcable ruta vinatera y gastronómica, la hacen ideal para
pasar unas inmejorables vacaciones... Y a una hora de Sevilla, auque “nuestras
orientales” autoridades andaluzas tengan castigados a los sevillanos sin autovía,
que esa es otra para contar más adelante y con más detenimiento.
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