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lunes, 8 de junio de 2015

La Giralda de Sevilla


Imagen de La Giralda, una tarde, de las tres del año, en que más reluce el Sol.


Lámina de Alejandro Guichot. Izquierda, la torre almohade primitiva. A la derecha, época cristiana: fase intermedia después de la caida de las manzanas que la coronaban. En el centro, la torre actual con el remate renacentista del campanario.







LA GIRALDA

Hay quienes aseguran que el amor, con los años y el uso se desgasta, tesis que no acepto ni comparto, y mucho menos en el tema que viene a cuento, La Giralda, ya que después de bastantes décadas de convivencia, aún sigo terriblemente enamorada de ella, es más, cada día descubro algún motivo nuevo que me la revela más joven y bella... Y eso que ya tiene “algunos añitos” (831) desde que la parieron.

Dos terceras partes de esta magnífica torre -que hoy hermosea la plaza de la Virgen de los Reyes-, fue antaño el alminar de la Mezquita Mayor de Isbilya (la Sevilla andalusí), y el otro tercio, el remate final o cuerpo de campanas que los cristianos añadieron en 1560, tras la caída de las manzanas, después del terremoto de 1355.
Esta nueva Mezquita Mayor fue construida por mandato del sultán almohade Abu Yaqub Yusuf, ya que la antigua de Ibn Addabas (donde hoy se levanta la Colegiata del Salvador) se había quedado pequeña para albergar a los fieles de la ciudad. El proyecto fue adjudicado al arquitecto Ahmad ibn Baso, quien en 1172 da comiendo al tan ambicioso proyecto.

Este mismo arquitecto sería el encargado de levantar el alminar, obra que emprende el 26 de mayo de 1184, iniciándola con sillares de piedra que acarrea de la cercana muralla del alcázar. 
La muerte del sultán paraliza la obra que no se reanuda hasta la proclamación del nuevo, cargo que recae sobre su hijo Abu Yacub al-Mansur. El nuevo mandatario nombra a un nuevo arquitecto, Alí de Gomara, quien prescinde de los sillares que había elegido su antecesor y emplea sólo el ladrillo cortado, influencia que trae de su tierra de origen, África, embelleciendo sus paramentos con típicas y hermosas labores en rombos, denominadas sebka.
Sus dimensiones son: 
  • Ancho de la fachada 13.65 m.  
  • Ancho de la rampa 1.30-1.55 m. 
  •  Espesor de los muros 2.15-2-30 m. 
  •  Altura del cuerpo principal 50.86 m.       
  • Altura total 76 m.
Una vez levantada dicha torre, y para conmemorar la victoria del sultán sobre Alfonso VII de Castilla, ésta se remataría con cuatro manzanas doradas (imagen izquierda de la lámina) que se veían desde la campiña. La ceremonia de coronación del alminar almohade tuvo lugar el 10 de marzo de 1198. 

Después de la invasión castellana y la claudicación de la ciudad en 1248, la Mezquita se respetó y consagró para celebrar el culto cristiano sin apenas modificaciones hasta comienzos del siglo XV. En 1355 la ciudad sufre un fuerte terremoto con el consiguiente derribo de las cuatro manzanas que coronaban la torre. En 1400 se instala un tosco campanario compuesto por dos pilares sobre los que se posa un tejadillo que cobija una campana (imagen derecha de la lámina).
No será hasta los años que van entre 1560 y 1568, cuando el arquitecto Hernán Ruiz  da la imagen definitiva a la torre construyendo un cuerpo de campanas con unos armoniosos templetes superpuestos, coronando el último de ellos con una espectacular estatua de la Fe -que sirve de veleta y se la llama popularmente Giraldillo, de donde recibe el nombre la torre)-, fundida por Bartolomé Moral, según modelo de Diego de Pesquera,  logrando armonizar dos estilos tan sumamente divergentes (imagen central de la lámina) .

Ya han pasado 831 años desde que Abu Yacub al-Mansur decidiera rematar la obra que su padre dejó inconclusa y ahí se mantiene a diario, joven, esbelta, bella, enseñoreando la ciudad y vigía de ella, ejemplo de visión de futuro y de fusión de culturas. Si los intolerantes, los nostálgicos de las cavernas, los añorantes del trasnochado pasado hubieran hecho el mismo ruido en el siglo XII como lo hacen ahora, hoy estaríamos lamentándonos por la falta de La Giralda. Afortunadamente fueron menos intransigentes, más listos, menos carcas, o no tuvo éxito su pataleo, y hoy podemos contemplar (y enamorarnos), esta hermosa simbiosis de culturas cargada de años.




Imagen de La Giralda -una tarde de diciembre (aunque no lo parezca)-, tras el edificio renacentista del Archivo de Indias.









       

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