Esta semana, los medios de comunicación nos vuelven a alertar sobre la hambruna que asola gran parte de nuestro planeta. Las cifras son escalofriantes, tanta, como para impedir que el bocado que hemos introducido en la boca, por la mañana, a medio día, o bien por la noche, se nos atore en la faringe y tengamos que expulsarlo. Mil millones de muertos al año, de ellos, más de un 75% niños, mientras en otros países, en la civilizada Europa, o en casa, pongamos por caso, los nuestros enferman de colesterol, de sobrepeso, de anorexias y bulimias, y los mayores competimos a batir el record mundial de perímetro estomacal, en otros lugares de la tierra –algunos lejanos, otros, al alcance de la mano-, las personas, sencillamente, se mueren de hambre. Algunos lo solucionan apagando la televisión, pero el problema sigue latente, éste no desaparece con el gesto, los muertos siguen ahí.
Es cierto que la población, en general, responde cuando se le pide su colaboración, pero esto, por sí sólo, no es suficiente, ya que remedia la situación momentáneamente, pero no la soluciona. Tenemos un gran problema moral que no sabemos resolver. Habría que ser exigentes, rotundos y contundentes en nuestras actitudes, y exigirles a nuestro gobierno, a los gobiernos del mundo, que solucionen de una maldita vez la problemática social de esos países. Que no colaboren con los reyezuelos de turno en su pobreza. Occidente se enriquece a costa de ellos: les roba su materia prima; esquilman sus tierras y sus aguas territoriales; sus niños son explotados laboral y sexualmente, además de utilizarlos para las guerras que ellos generan; experimentan, sobre la población, los nuevos fármacos que han de curarnos a nosotros, etc., todo con la aquiescencia y el silencio de nosotros.
No pretendo poner un nubarrón negro sobre nuestras conciencia, ni tampoco que nos cortemos las venas, pero aceptémoslo: nosotros somos, en parte, cómplices de lo que ocurre en el mundo. Nosotros somos culpables de votar, insistentemente, gobiernos que incumplen la promesa de donar el 0.7% del PIB, para mitigar la miseria de estas poblaciones. Somos culpables, también, de votar a gobiernos que despilfarran en "pacíficas guerras", y luego se retraen a la hora de enviar ayudas humanitarias. ¡Basta de excusas! No se puede consentir que mientras nosotros reventamos aplastados por el peso de nuestras carnes, morimos por los infartos que nos produce el colecterol, tiramos toneladas alimentos caducados, gastamos miles de euros alimentando a nuestras mascotas, a dos pasos de aquí mismo, a la vuelta de la esquina, millones de criaturas, millones de niños, se mueran en la más absoluta indigencia, sus huesesitos al sol, llenos de dolores y acosados por hambrientas moscas.
Es cierto que la población, en general, responde cuando se le pide su colaboración, pero esto, por sí sólo, no es suficiente, ya que remedia la situación momentáneamente, pero no la soluciona. Tenemos un gran problema moral que no sabemos resolver. Habría que ser exigentes, rotundos y contundentes en nuestras actitudes, y exigirles a nuestro gobierno, a los gobiernos del mundo, que solucionen de una maldita vez la problemática social de esos países. Que no colaboren con los reyezuelos de turno en su pobreza. Occidente se enriquece a costa de ellos: les roba su materia prima; esquilman sus tierras y sus aguas territoriales; sus niños son explotados laboral y sexualmente, además de utilizarlos para las guerras que ellos generan; experimentan, sobre la población, los nuevos fármacos que han de curarnos a nosotros, etc., todo con la aquiescencia y el silencio de nosotros.
No pretendo poner un nubarrón negro sobre nuestras conciencia, ni tampoco que nos cortemos las venas, pero aceptémoslo: nosotros somos, en parte, cómplices de lo que ocurre en el mundo. Nosotros somos culpables de votar, insistentemente, gobiernos que incumplen la promesa de donar el 0.7% del PIB, para mitigar la miseria de estas poblaciones. Somos culpables, también, de votar a gobiernos que despilfarran en "pacíficas guerras", y luego se retraen a la hora de enviar ayudas humanitarias. ¡Basta de excusas! No se puede consentir que mientras nosotros reventamos aplastados por el peso de nuestras carnes, morimos por los infartos que nos produce el colecterol, tiramos toneladas alimentos caducados, gastamos miles de euros alimentando a nuestras mascotas, a dos pasos de aquí mismo, a la vuelta de la esquina, millones de criaturas, millones de niños, se mueran en la más absoluta indigencia, sus huesesitos al sol, llenos de dolores y acosados por hambrientas moscas.
¿Se han fijado alguna vez en la tristeza de su mirada?
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