No pudo ser, amigo, los del Nóbel han preferido dárselo a un poeta sueco. Esta vez han barrido para casa. Qué le vamos a hacer, colega, está, últimamente, esto del Nóbel que no hay quien lo entienda. Si desastrosos son los de la Paz, qué quieres que te diga con el de Literatura. Cada vez son más los desconocidos a quienes se lo conceden, sólo por el hecho del marketing político, por ser escritores de países emergentes, que no han leído ni siquiera su madre, y méritos sociales para merecerlos, los mismos que se les está pidiendo a los últimos hombres de la Paz, si no, puedes mirar cerca de ti y buscar los realizados por el frustrante Obama.
No desesperes, viejo amigo, tarde o temprano claudicarán. Algún día se les acabarán los comodines, los transparentes, los rampantes, y el Nóbel de Literatura se lo darán a uno que lo merezca. Tú ya tienes tu Príncipe de Asturias que –salvo el montante económico- es un buen premio que dignifica. Mira, analizandolo con detenimiento, tal como está hoy día el Nóbel, más que prestigiar, desprestigia. Así que algo hemos salido ganando: al menos, no aparecerás en esa larga lista de personajes en las que Sartre no quiso figurar.
Sigue escribiendo, viejo poeta, llena las moléculas atómicas de silencio con tu canto. ¡Estamos tan necesitados del bálsamo de tus palabras! Aunque te hayan “birlado” el premio, cántanos, toca la guitarra, envuélvenos con la miel de tus melodías, que ese es nuestro más apreciado Nóbel.
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