Como si de una maldición se tratase, ayer, 13 de abril (ni
martes, ni viernes, con lo que los pesimistas tendrán que incluir el lunes
entre los días gafes), quedaron silenciadas las plumas de dos comprometidos
ingenieros del pensamiento y verdaderos magos de la palabra: Günter Grass y Eduardo Galeano.
Desaparece el hombre, la carne, pero no el espíritu ni su
materia, porque su obra, un elemento enormemente influenciado por su actitud
ante la vida, es una herramienta eficaz para cubrir el vacío que su muerte
deja, incluso para seguir combatiendo contra los intolerantes, los descrídos, los iracundos, los flemáticos y contra la estupidez y malicia de los malvados que desgobiernan el
mundo.
Descansen en paz estos dos grandes escritores; ayer, lunes
13 de abril de 2015, algunos molestos caballeretes habrán celebrado su defunción
a lo grande.
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