No sé por qué, tenemos la mala costumbre de creernos que tras la navidad y las vacaciones de verano, la vida iba a tomar un camino diferente al que traíamos hasta entonces.
Luego llega la inexorable, la cruel, la contundente realidad y nos pone de bruces en la senda que el destino nos tiene asignado, mostrándonos que no hay milagros que nos redima si no es el que nosotros nos labramos, que no hay senda mejor ajardinada que la que nosotros regamos, y que confiar en unos requiebros del calendario no es más que darle cera al palo que va a sacarnos de nuestro inconsistente sueño.
Ya estamos de nuevo de vueltas, la mayoría con la misma chepa que cuando nos fuimos, otra vez defendiendo nuestro pequeño espacio en las aceras, acosados por ese maldito virus que nos iba a hacer a todos mejores, con la electricidad, el combustible, el aceite, el gas y la inflación por las nubes, aquí estamos de vuelta reinvindicando nuestro derecho a ser humano, en fin, a seguir intentando ser uno mismo sin necesidad de remedios artificiales ni de esoterismos, y -aunque parezca ridículo- conseguir esa anhelante meta de transformarse en uno mismo, sólo eso, uno mismo.
Volvemos pues al punto de partida que fue donde lo dejamos, y podemos darnos por satisfechos.
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