Comienza la “temporada de mostos”.
Después de una vendimia inferior a la del año pasado, aunque
de una calidad extraordinaria, y de esperar los treinta y tantos días
preceptivos, ya tenemos “regado” el Aljarafe con este néctar de los dioses que
por estas tierras llamamos “Mosto”, que no es más que un vino nuevo con escasa
fermentación.
Ahora llega la polémica anual: “que si todavía no es
tiempo...”; “que la turbiedad del mismo produce “descomposiciones
gástricas...”; “que si por San Andrés, vino o vinagre es...”; que el mosto
necesita frío para que se asiente y aclare...”; etc.
Afortunadamente, a mí esta polémica no me afecta. Ya sé que
los “entendidos”, no consideran mosto este primer caldo. Algunos que llevamos
bastante tiempo en este mundo de los vinos opinamos otra cosa, al menos yo, y es que decimos que el mosto es un
ser vivo y que como tal hay que entenderlo y consumirlo; cada momento de su
evolución es distinto. El ejemplo más a mano que me viene es el del cerdo,
cordero o cabrito: ¿cuándo está más apetecible? ¡Siempre! Cada época tiene su peculiaridad y encanto.
Pues al grano, y respetando todas las opiniones, como a mí no
me afecta tantas conjunciones, me he aprovisionado del primer bag in box de mosto -turbiedad incluida-, por
si el mundo se acaba y no me da tiempo a probar el que los eruditos proclaman.
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